LA LIEBRE
La leche
N o se conoce la luz si no se ha visto colada en el reflejo de la leche recién salida de las ubres de la vaca, cuando el reloj todavía se quita las legañas de las seis de la mañana. Ahí, en la zapica humeante que recoge la savia del ordeño, se contienen todos los blancos a la vez: el de la nieve que se espanta con la paja a rebosar hasta el boquero, el de las sábanas aclaradas con azulete para enmendar mil lavados, el que deslumbra los ojos cuando la puerta rompe el misterio de la cuadra... Baja a ordeñar. Y el paisano se mecía en el baile de cada día, sonámbulo, sentado en equilibrio sobre la tajuela que sacó su abuelo del tocón de un roble: las tres patas sobre las que se sostuvo durante décadas el sistema productivo de esta provincia, antes de que aparecieran las grandes superficies con sus márgenes de beneficio que les permiten regalar 6 litros de leche francesa con cada 20 euros de compra, las administraciones como la Junta que aúpan con dinero público a marcas como Gaza cobijada en Tierra de Sabor, las distribuidoras a las que no sale a cuenta enviar las cisternas a las zonas de montaña para que carguen los tanques. A 50 pesetas pagan el litro...
Aunque no es de ahora, el horizonte se presenta todavía peor cuando a partir del 31 de marzo se liberalicen los cupos lácteos. Las pequeñas explotaciones que todavía sobreviven saltarán por los aires sin remisión antes del verano cansadas de que el cheque que les deja la industria sea menor que la suma de las facturas que se agolpan en el cajón de la mesita: los forrajes, los productos veterinarios, el seguro... Luego, acabaremos por importar de fuera lo que se producía en casa, pero entonces más caro. El sector declina, encomendado tan sólo a la fuerza que puedan aglutinar las cooperativas y los grandes productores frente a las distribuidoras y la industria. Otra vuelta de llave para echar el tranque a más casas en los pueblos esos que las administraciones públicas dicen que luchan por salvar de la despoblación, pero que se descosen con cada decisión política, con cada ordenación territorial, con cada ley de montes que condena a los vecinos a sentirse ajenos a la conservación de su propia tierra. No va a quedar ni la culebra que contaba Julio Llamazares en Luna de Lobos que se deslizaba sigilosa en la cuadra para mamar de las vacas. Hace tiempo que se secaron las ubres de tanto amorrarse los de siempre. Cómo no van a pegar los paisanos la patada al caldero.