Diario de León
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antonio papell
León

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L a encuesta del CIS encierra una llamativa y reveladora contradicción, cuyo desentrañamiento ofrece sustancial información. Podemos, que obtiene el segundo lugar en el ránking de las fuerzas políticas, ocupa una posición relativa de 2,28 en una escala izquierda-derecha numerada del cero al diez; quiere decirse que se ubica a la extrema izquierda y es, de hecho, la formación más a babor de todas las existentes (a su derecha quedan Amaiur, BNG, IU/ICV, Geroa Bai, ERC y PSOE). Y, sin embargo, la distribución ideológica de la ciudadanía es muy distinta: forma una especie de campana de Gauss, con un máximo en el eje de simetría formado por quienes se ubican en el cinco, el centro del espectro, que son el 21,1%. En el 1 —lo más a la izquierda— se ubica sólo el 3,8% y en el 2, el 5,2%, lo que indica claramente que el amplio voto a Podemos proviene de personas que se sitúan a sí mismas bastante más a la derecha. El sufragio dirigido a Podemos es, en definitiva, un voto de castigo y no un voto ideológico.

Como cabía sospechar y ahora se corrobora, quienes aseguran que votarán a Podemos no lo hacen en la mayoría de los casos por coincidencia con sus postulados ideológicos —el 8% de los anteriores votantes del PP apoyará ahora a Podemos, según el CIS— sino por irritación con las fuerzas convencionales, sea cual sea su programa.

Este fenómeno es radicalmente nuevo, por lo que tiene difícil análisis en el territorio de la sociología aplicada, pero no hace falta cavilar mucho para imaginar que semejantes adscripciones guiadas por un móvil más sentimental que racional no son muy sólidas.

Sucede además que Podemos no ha publicado su programa electoral actual. Y es previsible que sus estrategas, que son expertos politólogos, mimen las contradicciones exhibidas y hagan lo posible porque no se disipe.

Así, cabe esperar un programa soft , ambiguo y vago, que no ahuyente a quienes, aun siendo conservadores, opten por apoyar a Podemos por considerar a esta formación la única fuente posible de verdadera renovación.

Se puede entender la indignación que han suscitado a lo largo de estos últimos años la impericia y la corrupción, en peligrosa e inflamable mezcla. Pero de ahí a que la ciudadanía se lance sin meditarlo a una aventura sin garantías hay un abismo. No se debe olvidar que las elecciones europeas son una institución exógena a la sociedad española a la que la mayoría no da importancia política, por lo que el voto de castigo a las formaciones convencionales es perfectamente lógico. Pero de ahí a jugar con la pertenencia europea, con la estabilidad política que es la base de nuestra prosperidad económica, con la credibilidad del Estado español en el seno de la comunidad internacional, hay un abismo. De ahí que muchos pensemos que hay un trecho entre lo que se declara a los encuestadores y lo que finalmente hagan los electores en el trance supremo de votar.

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