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Publicado por
leónMónica Lizarralde Saquero.
León

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Orientación educativa por la dignidad del alumnado con discapacidad

R elacionado con los artículos y cartas sobre la inclusión y los orientadores educativos de la Educación Pública en León, tengo que decir que estoy asustada por la agresividad de las palabras que se están dirigiendo contra éstos y la facilidad con que se ha llegado al insulto más grave de una forma tan simple y primaria.

Tristemente, en este país el respeto brilla por su ausencia y parece que todo se quiere imponer a la fuerza sin intentar establecer un diálogo productivo, todo es blanco o negro, estás conmigo o contra mí. En mi opinión, ni lo uno ni lo otro. Si se quieren cambiar las leyes luchen por ello en los foros adecuados.

Se han dicho muchas cosas sobre la escolarización de los niños y niñas con necesidades educativas especiales y se seguirán diciendo, yo quiero añadir mi opinión que no es ni mejor ni peor, sino una más. La doy desde el doble punto de vista profesional y personal. Profesional porque soy orientadora educativa y personal porque soy la hermana de una persona con un trastorno del desarrollo que ha pasado por mejores y peores situaciones escolares.

La historia de mi hermano es sencilla, empezó «incluido» en un centro ordinario y fue una tortura para él porque el colegio no estaba preparado para atender sus necesidades y perdió unos preciosos años fundamentales en su educación. Más tarde, tuvo la suerte de entrar en un programa o proyecto experimental de la Universidad de Valladolid de la mano del Dr. Bosque. Eran los primeros pasos de la integración, grupos de menos de 20 alumnos, sólo dos niños con necesidades educativas especiales por aula y dos profesores dentro. Una maravilla y, por supuesto, un derecho. Pero la cosa llegó a su fin, el proyecto pasó a manos de la Diputación de Valladolid y poco a poco se fue diluyendo. Llegó a 8º de EGB y mi madre vio que no tenía sentido ir a un instituto con el desfase que presentaba mi hermano.

Entró en un Centro de Educación Especial, el de San Juan de Dios, y allí aprendió un oficio. Esto le ha permitido tener una vida propia, tiene su trabajo y su salario, su novia, asiste a clases, sale en pandilla y acude todas las semanas a un grupo de reflexión gracias a la Fundación Personas.

Yo creo que todo fue posible a una combinación de respuestas educativas, una buena inclusión con recursos adecuados hasta donde mi hermano pudo participar y una respuesta «segregadora» especializada que le enseñó un oficio.

Yo no veo el problema por ningún lado. En mi trabajo, para mí lo más fácil es preguntarle a un padre o una madre, ¿dónde quiere llevar a su hijo/a? no pensar más y firmar, pero me pagan como profesional. Además, conozco la realidad de los centros, la poca formación de parte del profesorado en estas lides, la ratio elevada, la escasez de recursos especializados y no, yo no puedo dejar que un niño/a vaya a cualquier centro sólo por una «ideología», sin tener en cuenta sus habilidades, necesidades y el contexto…

Existe el riesgo (que ya es un hecho) de que estos niños se conviertan en mascotas del grupo y realmente apenas realicen aprendizajes, porque estas situaciones apenas se pueden dar en nuestros centros tal y como están, pero queda muy bien en una sociedad políticamente correcta, llena de eufemismos, de los mundos de Yupi. Luchemos por una mejor formación y más recursos, que permita crear centros donde incluir a nuestros hijos, creo que empezar la casa por el tejado es inmolar a nuestros niños y no soluciona el problema.

Por otro lado, como yo, muchos de mis compañeros defendemos la inclusión y luchamos por ello a diario en los centros aunque no se nos reconozca. Y me niego a demonizar a los centros de educación especial, aunque sin duda necesitarán mejorar o evolucionar, pero desde la búsqueda de soluciones no desde el insulto y la mentira.