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León

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A quí se sabe que está despejado porque traen el Pegasus de Valladolid a ayudar a los leoneses a llegar a fin de mes; igual que se barrunta año electoral cuando los jeques de la autonomía entran en la ciudad que hasta entonces sorteaban como si se tratara de un área de servicio en la Gijón-Adanero. Hay días que habría que donar a un banco de células, igual que se entrega en custodia el cordón umbilical, para que los que superen los trescientos años de poder podemita que se abalanza sobre nuestras cabezas sepan de los genes estoicos de los leoneses que les precedieron en el tiempo. Acontecimientos como el helicóptero azul y amarillo de la DGT que acomete el registro aéreo entre el Portillo y Arcahueja al tiempo que Villanueva pone coto al horario del comercio del centro de León. Un pájaro y un avión, el caldo de cultivo soñado por cualquier guionista capaz de retratar en una metáfora varias décadas de acoso y derribo. El tictac de las hélices; el pimpampún de la consejería de economía y empleo, que aplicado a León no deja de ser una ironía. El resultado de la fábula parece un castigo divino. Los leoneses están condenados a pagar por la misma razón que llevó al pueblo hebreo a abrirse camino entre las dunas. Son tiempos de indolencia en los que se puede predicar la recuperación económica en mitad de la gran manzana que se diseñó como esperanza financiera y comercial de la ciudad, la vanguardia de la nueva economía urbana, el paradigma de aquel boceto pujante que asomaba antes de que el engendro del estado de las autonomías lo mandara todo a hacer puñetas, y proclamar el despegue del comercio leonés en medio de una jungla de hormigón y cristal salpicada de reclamos fosforitos que ruegan por venderse e imploran por alquilarse. Hay alternativa, vienen a decir mientras el autogiro truena con vuelo rasante por la 120. A La Bañeza y vuelta; del nudo de comunicaciones de La Virgen a la A-6. A razón de 1.600 euros la hora de vuelo, que se financia con la misma factura. Otro negocio que no deja ni las raspas en León, porque no para ni a repostar. Pagasus, lo llaman. Queda ponerse a cubierto si se escucha el zumbido de las aspas sobre las cabezas de los conductores, hartos ya de encontrarse a la rubia de la curva, que en León es un poste de radar. Más difícil se antoja el refugio para los comerciantes, temblorosos por la cuenta atrás del reloj de la Junta.