Diario de León
Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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T odas las oraciones serán necesarias. A rezar todos. Está en juego el futuro y el sentido del Palacio de Congresos, ese invento.

Ya su nombre era una mentira cuando parieron la idea, pero la prometida millonada que devoraría esa criatura gigantona le puso a todo León cara de plato o cucharón. Pero todos sabían (debieron saber) que poco palacio puede caberlr a una vieja azucarera y poco congreso podrá pillar una ciudad pequeña sin playa y sin vida alegre, que es lo que más buscan los que organizan estas cosas, convenciones, ferias... y la competencia es demoledora; no hay ciudad que no tenga ya su palacio de congresos, su auditorio celestial, su estadio colosal y un museo de arte picudo. Nuestros faraones dejaron un gran rastro en los años del delirio.

Pero ¿de verdad hay aquí algún valiente que crea que la actividad que ha de atraer ese palacio hará rentable tanta inversión?... ¿y ha tenido el faraón de hoy la valentía y la decencia de decirnos cuánto costará el personal y equipamiento que exigirá echarlo a andar?... porque alguna función habrá que darle al engendro y algún gasto acarreará el mantenerlo, aunque mucho es de temer que ni siquiera sepan qué destino o qué coños puedan caber ahí.

En Pamplona hicieron una cosa como esta, enorme, multiusos, la repera... y de arquitecto fastuoso, claro está. La obra se concluyó hace dieciséis meses y no se atreven a inaugurar ese monstruo de las galletas; es más rentable tenerlo cataléptico que resucitar el cadáver inyectándole más millonada.

Ya ves. Anótese esa posibilidad, al igual que el derecho del pamplonés a correr a gorrazos al que lo ideó, al que lo aprobó, al que pilló y a las madres respectivas por parir tan grandes genios, qué menos. En León habría que añadir, además, al tonto los cojones que lo llamaba Petit Palais y al concejalón cazurrete que lo bautizó como Palacín ...

En fin, el asunto subleva y entristece. Pero hay alguien que se está riendo (amén del que lleva cacho); es santa Elvira, que dio nombre a la antigua azucarera y que allí sigue rotulada, monja santa que pasó a la historia por estar siempre riendo... así que Sócrates rogó: «ríete, Elvira, y hazlo por nos».

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