Diario de León

FRONTERIZOS

El sultán y la berenjena

Publicado por
miguel á. varela
León

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E l relato lo cuenta en algún sitio Eduardo Galeano pero tú los has encontrado en un librito de Jorge Riechmann. Un texto de Riechmann es un riesgo. Siempre da como el escalofrío de acercarse a una luz intensa que te arrastra a otro estado de conciencia, la de alguien que hace dieciocho años se atrevió a titular un poemario «El día que dejé de leer El País ».

A lo que vamos. La fábula del sultán y la berenjena sucede, como tienen que suceder estas cosas, hace mil años, mes arriba, mes abajo. Un día el sultán de Persia prueba por vez primera la berenjena, cortada en rodajas «aderezadas con jengibre y hierbas del Nilo», para detalle de los seguidores de Arguiñano.

—¡Qué rica!, dicen que dijo el sultán.

En ese justo momento el poeta cortesano se puso a exaltar la berenjena como un poseso: que si da placer en la boca, que si en el lecho hace milagros, que si para el amor es más poderosa que el polvo de diente de tigre o el cuerno rallado de rinoceronte. Un no parar de frenesí berenjenil…

Pero ya se sabe que, al contrario que los respetables monarcas parlamentarios occidentales, los despóticos sultanes orientales pecan de veleidosos y son dados al capricho, especialmente en materia de comer y folgar. Así que, después de un par de bocados, el sultán cambió de opinión.

—¡Qué porquería!, dicen que dijo entonces.

Le faltó tiempo al poeta de la corte para pergeñar los peores improperios contra el novedoso fruto y ahora la taimada berenjena se convierte en responsable de las peores digestiones, llena la cabeza de malos pensamientos y empuja a los hombres virtuosos al abismo del delirio y la locura.

Y aparece aquí un tercer personaje, atento a la jugada (y argentino, deduce uno por su expresión), que reprocha al poeta cobista.

—Recién llevaste a la berenjena al paraíso y ahora la estás echando al infierno, dicen que dijo el perspicaz observador

Pero el poeta, que era un lince, o un visionario de los mass media, o un portavoz político, o las tres cosas a la vez, dejó el asunto claro.

—Yo soy cortesano del sultán; no soy cortesano de la berenjena, concluyó, tajante y pragmático.

De las fábulas, como del cerdo o del pobre, se aprovecha todo. Cortesanos babosos sobran en estos tiempos en los que percibimos que el poder ha sido capturado por los intereses de los caprichosos y avarientos emperadores del mercadeo. Pero en un año como el que nos espera, tan cargado de citas electorales locales, regionales y nacionales, es más conveniente que nunca estar atentos para largar de nuestra fábula cotiana no solo a los cortesanos aduladores sino a los sultanes que los mantienen. Y que cada uno opine de la berenjena lo que mejor le convenga.

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