AL TRASLUZ
Pase sin llamar
L a serie resulta muy española ya desde el título: El ministerio del tiempo . En una estadounidense, los viajes al pasado se harían en empresa privada. Aquí entran a la sede a través de una casa en ruinas, pero, una vez dentro todo son altos cargos, asesores y funcionarios; muy nuestro, también. Esta bien realizada y divierte. A los guionistas se les ocurrió que los traslados por el tiempo se hagan atravesando puertas. Por ejemplo, usted entra por una y observa a nuestro hombre de Valdelugueros que huye despavorido de sus fans cavernícolas. Pues ahí se las componga, va contra las normas de la institución todo acto que altere lo que ya ocurrió. Nuestro paisano tendría que sobrevivir solo. Más ejemplos. Por otra puerta se accede a la celda de Quevedo, en San Marcos. ¿Puede entregarle una lima? No, ahí debe seguir pues así figura. Don Francisco escribió versos al respecto: «ayer se fue/ mañana no ha llegado/ Falta la vida/asiste lo vivido/ y no hay calamidad que no me ronde». En la siguiente pongamos que te permite asistir al exorcismo que el abad de San Isidoro hizo al joven Unamuno, en 1910. A tenor de lo visto, el cometido del ministerio es impedir alteraciones en el Espasa, porque ya le gustaría a más de uno cambiar el 3-1 que le metió el Real Madrid al Barça en su último encuentro. Pero eso no lo modifica ni Stephen Hawking. Es historia.
Nada hay más relativo que lo increíble. ¿Lo es la existencia de un ministerio del tiempo? No mucho más que Villalobos haya sido sorprendida jugando al Candy Crush mientras ejercía la responsabilidad de presidir el debate sobre el Estado de la Nación. Y ocurrió. La vicepresidenta tercera la defiende: «hay quienes pueden hacer dos cosas a la vez». Vale, pero lo importante es el qué y cuándo.
Frente al Auditorio, un hindú con turbante azulado afirma desde un anuncio de la Fundación Vicente Ferrer: «Yo tengo el poder de cambiar el presente, y pienso hacerlo». Sí, lo tenemos. El corazón siempre nos ha permitido viajar por el tiempo. Ayer cerré los ojos y pude ver a mi madre repetirme, en los años setenta: «niño, atúsate el flequillo que pareces fray Junípero». El pasado eres tú reflejado en lo que amas. Y en su puerta se avisa: pase sin llamar.