EL RINCÓN
Desigualdades
L a perfección en economía es utópica y los primeros que lo saben son los economistas. En España se han conseguido avances importantes en la solución de la crisis pero, además de insuficientes, las medidas han hecho emerger otros males y problemas que urge abordar y resolver. Bruselas, que a todo le encuentra alguna contraindicación, acaba de darle un severo tirón de orejas al Gobierno. Y lo ha hecho mientras el presidente Rajoy alardeaba en el Congreso los indicadores de la ansiada recuperación. Todo un jarro de agua fría.
Ha habido avances desde luego, vienen a decir los vigilantes de guardia de la austeridad, pero como contrapartida han aumentado de forma grave los desequilibrios. En España los desequilibrios económicos siempre han existido, son ancestrales y crónicos, pero en los últimos tiempos se han acentuado. Además que son desequilibrios variados, que empiezan en las diferencias del bienestar, o simplemente del estar, entre las regiones geográficas. Madrid, Barcelona y el País Vasco han alcanzado unos niveles que multiplican a menudo los de otras comunidades.
No, la igualdad total ninguna sociedad la ha conseguido. Pero de ahí a que existan desequilibrios tan agresivos como algunos que se detectan en España hay un abismo. Las estadísticas reflejan que las veinte personas más ricas, a las que cabría ponerles nombres y apellidos enseguida, igualan en la acumulación de capitales y bienes al total de la suma del 30% —es decir, varios millones— de los más pobres.
Diferencias sustanciales existen en todos los países, pero las que se observan en el nuestro son superiores a las del grueso de vecinos y socios.
Y lo más grave, lejos de estarse paliando con una política fiscal ad hoc están aumentando. A la mayor parte de esas fortunas la crisis no las ha erosionado; antes al contrario.