Diario de León
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A quella noche de primavera de 1995, Emilio Gutiérrez se encerró en el coche con las actas de votación del partido judicial de Cistierna custodiadas dentro. Había sido elegido alcalde, después de un mandato a cara de perro, y exigía el tributo de la Diputación como precio por sus labores en la montaña oriental. «Que no sale, que dice que si no le garantizas que va a ser vicepresidente no sale del coche», le trasladaron a Mario Amilivia, quien por entonces dirigía el PP de León. Gutiérrez había crecido poco a poco, entre visitas a la sede y cestas de huevos frescos que traía del pueblo para ganarse la gracia de quienes dominaban la formación. Callado, estajanovista, concienzudo, dragador incansable, mal enemigo para quien se pusiera por delante, terminó por ser vicepresidente en el Palacio de los Guzmanes, luego director provincial de Educación, después director general de Planificación, Ordenación e Inspección Educativa de la Junta y hace cuatro años alcalde vicario de Isabel Carrasco en la capital leonesa. Nunca dieron para tanto unas actas de votación.

A Gutiérrez se lo llevan ahora los idus de marzo por no hacer caso de los presagios de los videntes, como le pasó a Julio César. Cae por la misma inercia por la que fue elegido, sin haber ganado en este tiempo el peso necesario para pasar de ser un interino que creyó haber sacado la plaza por oposición al convertir en filosofía la medida 100 de sus primeros cien días de gobierno: «el alcalde no se irá de vacaciones», escribió. Y al final, han decidido dárselas forzosas los responsables de su partido, no se sabe todavía si con cargo a las Cortes autonómicas o con vistas a la playa sin mar del Senado, que ya explicó Joubert que «el error se agita y la verdad descansa» porque «detrás de todo exceso hay un defecto».

La plaza la ocupará Antonio Silván, quien entre sonrisa y palmada en la espalda construyó el cartel de la última esperanza blanca. Ya se han aprestado sus rivales a nominarlo como un hombre de la Junta para espantarle los votos del leonesismo y los indecisos, sin darse cuenta de que el PP no necesita ganar papeletas, sino conseguir que se movilicen los suyos que pensaban quedarse en casa, los que ven en el consejero la encarnación del candidato ideal popular: alguien que nunca se encerraría en un coche a menos que fuera descapotable.

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