Verdad en la cuneta

A cabo de leer el texto de Plutarco El político, fuente de concordia. No se asusten, sólo tenía seis páginas. Con ese título, el autor no podía extenderse demasiado. La fuente de la concordia da para los cántaros que da; en León, para algunos menos. Escrito en el siglo II, forma parte de un manual destinado a Menémaco, quien deseaba dedicarse a la gestión municipal. Le aconseja «introducir siempre concordia y amistad en la convivencia cívica y suprimir toda discordia, división y enemistad». Aquí, pese a lo de la cuna del parlamentarismo, enseguida nos irrumpe el mordisco dialéctico, será por el clima. No es que el maestro griego creyese que sus contemporáneos fueran un olimpo de bondades, simplemente, se conformaba con que una parte de sus recomendaciones permaneciese. También he vuelto a ver Sopa de ganso , esa en la que Groucho Marx es nombrado presidente del gobierno de Freedonia. En la recepción mira al espectador y advierte: «si los anteriores han despilfarrado, espérense a que gobierne yo». Nadie pudo reprocharle jamás a Rufus T. Firefly, así se llama su personaje, que no cumpliese su palabra.

Aconsejaba Plutarco que la decisión de entrar en política nunca estuviese basada en deseos de fama, dinero o ambición de poder, sino en la voluntad de servir a los demás. No obstante, cómo era idealista pero no tonto, trabajaba por las tardes de intérprete en el Oráculo de Delfos, un lugar al que los griegos iban a preguntar el número del móvil de Afrodita.

Ya en serio. Ignoro si existen las verdades políticas inmutables, pero no tengo la menor duda que sobre los políticos hay unas cuantas; entre otras, que no todos son iguales. Lo que cuenta, por encima de las siglas, es la persona y su conducta, en los buenos tiempos y en los malos. Este jueves, en el ciclo de cine clásico que viene programando el Teatro San Francisco, proyectan El hombre que mató a Liberty Valance . Estructurada como una declaración de un político a unos periodistas, el plano final representa la soledad a la que conduce el poder a un hombre honrado, por aceptar beneficiarse de un equívoco. Plutarco habría dicho que hasta los mejores pueden dejarse una verdad en la cuneta. Lo importante es cuál de ellas.