AL TRASLUZ
Ley del bombo
M e pregunto cómo no se le habrá ocurrido a los de Podemos: que cada semana sea alcalde un ciudadano o ciudadana. A mí se me ocurrió en la ducha. Así todos y todas tendríamos nuestra experiencia de mando municipal, sabríamos qué se siente. Por supuesto, los turnos no cabe establecerlos por orden alfabético, no vaya a decirme mi amigo el torero Felipe Zapico que quien hizo la ley hizo la trampa (al menos Zapatero tiene un Rodríguez delante). Habría que recurrir al sorteo con bombo y ante notario. Una semanina en el cargo y que pase el siguiente. Cinco días laborales, que a partir de ahí ya empieza el ego a ponerse shakesperiano. ¿Algo escaso el tiempo para desarrollar un programa? Lo importante es organizarse la agenda. El lunes, a aprender dónde quedan el servicio y el extintor de incendios, además de para enseñarle a la familia las instalaciones; el martes, para dictar saludas institucionales y redactar el pliego de condiciones para la decoración del despacho; el miércoles, destinado enterito a elaborar el programa de fiestas, luego que ese día no pasen llamadas, salvo que sea Obama; el jueves, los temas urgentes como retar a duelo al alcalde Valladolid o escoger color para la fachada sur de la Catedral; y el viernes las promesinas, que son el pimentón de nuestra democracia. Y sanseacabó. ¿Y el presupuesto? Eso que lo elabore el informático. Llaverín de recuerdo, y a casa. El domingo se hace girar de nuevo el bombo y al día siguiente tenemos otro alcalde o alcaldesa. Este método me parece más fiable que el pitopito gorgorito de los votos.
Tanto los integrantes del equipo de gobierno como los de la oposición deberían ser designados por dicho sistema y durante una sola semana. Nadie cobraría remuneración, ni dieta alguna. Puro altruismo democrático. Esto se le ocurre a los líderes de Podemos y se forran asesorando a gobiernos lejanos. Servidor lo deja aquí por amor al arte. Vamos, todo lo más un puro por navidades.
Esta columna es mera travesura de viernes. La democracia tiene que reinventarse, pero no a golpe de ocurrencia como la que he propuesto aquí, sino desde la generosidad. Bastaría con que la mayoría de los políticos sintieran el anhelo de hacer de León una ciudad mejor.