TRIBUNA
Peligra la Catedral o las truchas y la Catedral
Y no por el mal de la piedra ni por la degradación causada por el paso del tiempo. Peligra por ser el último de los símbolos que le quedan a León frente a la implacable paleta demoledora de Valladolid, o mejor dicho, de este gobierno que, desde pucela, nos va eliminando poco a poco del mapa nacional a base de acabar con todo lo que ha sido la base y fundamento de la riqueza e identidad leonesa.
La minería abandonada a su triste suerte. La industria, no menos marginada, cuando no engañada por los pequeños consejerillos de Valladolid. El comercio, en litigios frente a las mentiras oficialistas. El agua —un innegable patrimonio de León—, unas veces trasvasada antes de crear los nuevos regadíos prometidos y otras vergonzosamente negada a los pueblos y comarcas que siempre la tuvieron, dejando zonas absolutamente yermas como está ocurriendo en la vega del Tuerto.
Han acabado, igualmente, con otro icono de León: la pesca tradicional de la trucha. Estadística en mano, la actividad deportiva y de ocio más practicada por los leoneses de toda clase y condición. Una tradición milenaria que forma parte esencial del acervo social y cultural de León; algo que únicamente un gobierno, obtusamente torpe, puede llegar a prohibir, con el agravante, en este caso, de que ha sido precisamente un leonés al servicio de Valladolid, el que ha tenido la osadía de dar la puntilla.
No es baladí. Hablamos de miles de leoneses de toda edad y condición que se han visto privados de algo que consideran fundamental en su vida: la ilusión. La ilusión de salir a pescar un par de truchas, o a intentarlo, que para muchos es lo mismo.
Hablamos de la ilusión rota de tantos y tantos jubilados y ribereños cuya única afición y distracción era acercarse al río que bordea sus pueblos. Ribereños y capitalinos que ahora maldicen y rumian su desencanto mientras comentan en la cantina lo que fueron y lo que son los ríos de León, y a lo que hemos llegado por la absoluta inoperancia de las mentes de secano de la Junta. ¡Que bien sabemos que aquí ya no se decide nada!
Hablan de la invasión de los cormoranes, especie alóctona en estas aguas, que nada serio se ha hecho para controlar; hablan, y hablamos, de las presas y cauces secundarios secos en invierno, donde desovaban las truchas; de las toneladas de herbicidas empleados —y consentidos— en «limpiar» las márgenes de regueros, molderas y canales de agua, cuyos arrastres son destructivos para la vida acuática; de las extracciones, pruebas, recuentos y estudios (¿para qué?) con electricidad que ha hecho la propia Junta y que acaban con la microfauna acuática y, muy posiblemente, con la fertilidad de las truchas. Hablamos, de los años y años en los que se han estado sacando toneladas de truchas de los ríos de León para llevarlas no se sabe dónde. Hablamos de una temporada de pesca prolongada innecesariamente para cuatro, y se podría hablar de muchas más cosas a realizar o a evitar, antes de llegar a la injustificada simpleza de prohibir. Al parecer consideran, ¡ellos sabrán por qué ¡ que la capacidad biogenética de los ríos ha desaparecido y que el recurso no es ya renovable.
Hablan y maldicen, junto a los miles y miles de pescadores deportivos, anónimos y no competitivos, que han visto convertirse el río en un teatro. Un gran teatro, es decir: la gran mentira.
«Escenarios deportivos», les llaman ahora. ¡Increíble! Escenarios de un teatro singular para unos pocos actores, pero sin público. Un corpúsculo minoritario de actores; «la élite,» les dicen —el término levanta ampollas— que se satisface, aplaude y vive en un mundo de teloneros, pero que llena las crónicas de los periódicos intentando —y logrando a veces— confundir la ficción con la realidad. Una farsa, como todo teatro, con cifras de docenas y cientos de truchas contadas y recontadas día tras día, capturadas y recapturadas, tocadas y manoseadas en un, casi, pornográfico y repugnante magreo.
Queda la Catedral, pero peligra.
Desmontarla piedra a piedra y llevársela al Campo Grande puede llegar a ser el sueño de alguien. Esperemos que nunca lo consiga.