Diario de León

Publicado por
Venancio Iglesias Martín CAtedrático de literatura
León

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E ncontré a mi amigo Simplicio en la calle Ancha. —Vengo de hacerme un escarnio en el hospital de Regla. —¿Un escarnio? Será un escáner. —Eso, me contestó. Me metieron en un tubo y chacachaca —no se mueva— me hicieron unas fotos de la cabeza, pero por dentro. —¡No sé qué saldría —pensé, porque mi amigo tiene serrín en la sesera! En realidad lo que se hizo fue un TAC. Pero «escáner» que suena más, da mucho más miedo porque, es ese aparatazo que usan los médicos cuando fotografían las tonterías que se nos escapan, el estado de la memoria, y hasta la intención de voto, para las encuestas de Podemos. TAC es una palabreja divertida que nadie entiende. TAC es la primera palabra del olvido. Significa «tomografía axial computarizada». ¡Repítala! ¡A que no se acuerda! ¡Mecachis! Lo primero que se olvida es lo que no se entiende.

Así que, tres palabras para una foto pasan enseguida al olvido. Tengo que advertir que soy muy listo, que ya me lo decía mi madre riendo: —Hijo, a mí me pasa contigo como a aquella de León que decía, ay que listo era el mi guaje que hasta en la hora de su muerte decía, «patatas, madre». De modo que en cuanto me dijeron tomografía, ya lo supe: un corte que se escribe, se dibuja, se pinta o se fotografía. —Mira, Simplicio. Te hacen un corte en el cerebro y foto al canto. Otro corte en rajas muy finas y otra foto. Como el salchichón. Rajas muy finas que el charcutero de la plaza mayor, sacaba cinco rajas en el mismo grano de pimienta.

Simplicio me miró espantado: —¿Estás tonto? ¿Cómo te van a cortar el cerebro para hacerle una foto? Yo me entiendo, Simplicio. Yo me entiendo. Es como los rayos equis. Eso lo graban en un disco y luego lo miran en un ordenador. —¿Un ordenador como el que yo tengo en la cuadra? —¡Coño Simplicio, lo que tú tienes en la cuadra es un ordeñador, no me líes! Ríome de la agudeza de Simplicio cuando, en lugar de tomografía, me dijo «temografía» que sería la grafía o fotografía del temor: —Ahora lo entiendo —dijo—, temografía es la foto del miedo, porque todo el mundo va con miedo de que le miren la pelota y le encuentren que se le rompen los pensares y se le escurre la memoria en los vericuetos del hablar.

—Bueno, —cerré yo— pues al resultado lo llaman TAC. Te meten en un tubo y no ves más que un anillo que gira con una luz —estese quieto, coño— y te da... una cosa... y al TAC se le adjudica el nombre del escáner que es el de la máquina. Ay. Tictac, tictac, señor Podemos. Que le van a escanear todas las vergüenzas de la financiación simoniana.

Con su «escarnio» bajo el brazo, mi amigo volvió a ver a la doctora Bartolomé. —Doctora, es que tengo miedo del alféizar. —¿Eso le dijiste? Y ella ¿qué te dijo? —Nada, se sonrió. Cuando me contó esto, yo tomé aire de doctor: —¡Se ronrió!... ¡Aquí te tengo po’l pescuezo! Estas tú bueno. Se «escongojó» de risa; como que no se dice alféizar, sino alzheimer. —Bueno, alféizar o alzheimer, qué más da. Allí todos decimos alféizar y todos sabemos lo que es: que te quedas pensativo como si se te olvidara todo. Ella me entendió que es lo principal: a buen entendedor pocas palabras cumple. —Pero ¿por qué tienes miedo al alféizar, digo, al alzheimer? No es que perdamos memoria, es que crece el olvido cosa fina —dije por tranquilizar. Estamos bebiendo todos los días de una fuente maravillosa que los antiguos llamaba Leteo y se encontraba en el camino de la vida... ese precioso camino que no tiene retorno y que es precioso porque no tiene retorno. El olvido... ¿No hubo un tiempo en que le dimos al orujo? Y ¿no nos reímos cuando en la taberna nos pusieron el letrerito: si bebe para olvidar, pague antes de beber?

Ay, la fuente de Leteo mana orujo: olvido y poesía. ¿Ves la cantidad de poetas que hay en León? Pues todos nacen de su conversación con el orujo. Ese es su secreto. ¡Dulce orujo de Cascallana ahí en los Oteros! ¡Poesía dulce del morapio! ¡La verdad en el fondo del vaso! A mí dadme el olvido dadme una copa de buen orujo del Truébano. Dadme «alféizar» hasta que desaparezcan los recuerdos malos, las malas personas, los odiosos nombres con los que vanamente intentamos retener los objetos que nos rodean —malvadas brujas de Machbeth— y nos quedamos con la alegría de vivir sin más... Ya sé. El vecino nos mira y piensa: —Tiene una sonrisa cada día más boba. Claro, porque nos reímos del bobo del vecino que nos mira y se da a la fantasía. Hay mucha sabiduría en el olvido. Pero libres del miedo al «escarnio», al TAC y a la pérdida de eso que llamamos memoria y no sabemos en qué consiste; libres del recuerdo que nos martiriza, hala, a gozar de las sensaciones. Ahora viene la primavera... a gozar de la luz y de los vientos cálidos del sur. A gozar del campo y de todos los matices del verde. A gozar del amarillo tierno de las choperas. A gozar del agua rumorosa de los ríos, del agua helada del deshielo, de la belleza de los montes que guardan rincones de nieve hasta el verano. ¿Trisa ya la golondrina pechibermeja? A gozar de su vuelo irrecordable. ¿Pasan las muchachas en flor con un poco más de escote? Pues a volver el cogote y saborear de nuevo el tierno erotismo de la vida nueva. A mí dadme el olvido. ¡Nada de los miedos que trae la memoria.

Hasta aquí mi discurso para consolar a Simplicio... pero entonces me pasé de listo y maldije del recuerdo: —Imagina, Simplicio, que todos los malos recuerdos se te agolpan: la patada de la vaca, la bajada del precio de la leche, las horas de ordeño en la cuadra, la vez que te rompiste dos costillas cuando nos subimos al peral de la señora Concesa, el mordisco del gocho cuando lo atamos para subirlo al banco, la cara del sargento cuando la mili, aquella diarrea que no te dejó vivir una semana, los varazos del maestro —toma y toma, Simplicio. ¿Siete por tres? Treinta y dos. Toma y toma, borrico—, la vez que por ir a cortejar tras la tapia del huerto pisaste mierda y la Loli se pasó todo el rato —qué mal huele, qué mal huele— y tú nada, porque tenías catarro; recuerda Simplicio, los bigotes de tu suegra que bebía a morro por la botella fresca de la nevera... Imagina, digo que todos los malos recuerdos se te agolpan en la sesera. Es como si tuvieras el coro de brujas de Macbeth cantando alrededor: —«Tú serás rey, tú serás rey».

Entonces Simplicio que no estaba para poesías me cortó: —¡Las brujas de Maribel; anda ya! Yo, mi majestad el rey. Y la madre que te parió, reina. ¿Rey con esta cara de panoli? Y si he perdido la cabeza, ¿dónde me pongo yo la corona, en la punta’l...? ¡Amos anda! No sé pa que has estudiado tanto. ¡A tomar po’l saco las brujas de Maribel! Si hay que morir se muere y se deja uno de bobadonas.

Perplejo me dejó Simplicio, de modo que dije para mí: —Moriamur igitur .

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