Diario de León
Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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La marca, uno de los elementos más valiosos de la publicidad, es uno o el conjunto de signos de un producto o servicio en el mercado. Tiene que ver, por supuesto, con las señas de identidad, bien de las raíces del pasado o con el proyecto innovador y generoso de futuro, si es que tal diseño existe. Así de simple. Buena parte del futuro de ciudades, provincias, regiones o países dependerá —nunca sabemos en qué medida exacta— del calado o prestigio de la marca o de su debilidad, en esos análisis tan rigurosos actualmente del contraste y ponderación entre fortalezas y debilidades. Un ejemplo está en la marca España, cuya definición de límites ha de ir acompañada de contenidos rigurosos y ejemplarizantes para ser eficaz.

«León, la bella desconocida», aquella marca-slogan entre romántica y reivindicativa, ha pasado a ser historia en un mundo en que lo concreto y tangible conforman la parte esencial del decorado. Bellas hay muchas y desconocidas cada vez menos. Qué tienen. Qué ofrecen. Con qué calidad. Con qué atractivo original. A qué precio… La oferta y la demanda, cada vez más competitivas y exigentes. El gran abanico de posibilidades que se ha abierto en el mundo conduce a referencias o marcas hasta hace bien poco ni siquiera sospechadas, como pueden ser, por poner solo dos ejemplos, el turismo de cementerios o la ruta del crimen organizado.

En los últimos tiempos han surgido entre nosotros dos que podríamos denominar perfectamente marcas: «León, cuna del Parlamentarismo» y «La ciudad del Santo Grial». La cruz y la cara de la moneda. Las marcas no se mueven por sí mismas. Hay que dotarlas de contenido si se cree en ellas, vigorizarlas y publicitarlas. Si no concurren estos elementos, será difícil su penetración y, por tanto, su éxito. Lo del Parlamentarismo no se ha sabido aprovechar. Reducido a metacrilato, membretes, grupitos de representación, una exposición sin atractivos y poco más. Como ni tan siquiera han sabido generar interés entre los propios ciudadanos del territorio, hay que sumar otro elemento más a la lista de este tiempo perdido. El tiempo colectivo es tan valioso, que no nos podemos permitir semejantes lujos.

Bien distinto es lo del Grial. Una vez más la escritura —¿por qué nadie hace caso a esta posible marca de tanta fortaleza?— ha sido el vehículo. Y Margarita Torres, siempre llena de iniciativas y originalidad, la protagonista indirecta. El Grial se ha hecho popular, cercano y con un éxito impensable inicialmente. Y con notables beneficios. Como valor añadido, Pablo Rioja habla en un reportaje de este periódico (27. 10. .14) de «… pinturas, murales, recordatorios de Comunión, postales, separadores, vidrieras…» con este motivo. Lo más reciente, la línea de fragancias. Es una buena razón para reflexionar. Con ciertos recelos y sin ayudas promocionales. Dónde están los que dicen amar esta tierra vieja y hermosa.

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