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Publicado por
José Luis Gavilanes Laso ESCRITOR
León

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P ara desencanto de cofradías, hermandades y devotos ya pasó, paso a paso y con pachorro ritmo procesional, la Semana Santa leonesa. Ojalá la venidera sea tan exitosa para el hecho turístico y hostelero como la, según las fanfarrias oficiales, recién acabada; si el tiempo no lo impide o desluce como por desgracia ha ocurrido en años precedentes. Pero, al igual que no siempre no llueve a gusto de todos ni todo es bueno al cien por cien, la falta de lluvia combinada con la despoblación, la imprudencia o la intencionalidad criminal, ya ha comenzado a humear por el Bierzo los primeros incendios forestales del año. Lo que entra por lo que sale. La Semana Santa venidera traerá nuevas flores para reventar de color y fragancia los tronos con el estallido de la primavera y, a no dudar, nuevas piezas musicales en el repertorio las bandas que los siguen. Singularmente quiero hacer hincapié en una de las piezas oídas este año.

Confieso que esta vez tan sólo he asistido a la procesión de la Santa Cena del Jueves Santo a la altura de la Plaza de la Inmaculada. Muy lejos ya de emular en mi juventud al fervoroso seguidor que no se resignaba a oír una única demostración musical de trompeteros y redoblantes, haciendo lo que Cemer denominó «atajante» o «atajador», por buscar los «atajos» para estar de continuo con la música. Pero esta vez, entre las piezas musicales de las respectivas agrupaciones musicales, tuve que frotarme los oídos para cerciorarme de que una de ellas era una sardana muy conocida y emocionalmente grabada en los tuétanos de los melómanos que ya tenemos bastantes velas en la tarta de aniversario. Sí, ya sé que Cataluña está en el candelero por motivos no precisamente religiosos. Por ello: ¿qué pintaba la música de una danza típica del folklore catalán, profana y festiva, acompañando a un hecho tan sublimemente religioso y doloroso como la pasión de Cristo? Mas, por otro lado, aquella sardana me retrotraía sentimentalmente a Los Relámpagos, aquel grupo musical madrileño de comienzos de los 60 del pasado siglo, de los Herrero y Armenteros, que me hacía tilín por mis años mozos con su versión electrónica de obras de Albéniz, Granados, Falla y músicas tradicionales de las distintas regiones de España. La pieza, Nit de llampecs (Noche de relámpagos), arreglo de una sardana tradicional y descollante entre las más exitosas del inventario de mi admirado grupo musical, era la que, si mi mente no me engañaba, se me adentraba con asombro en los oídos el pasado Jueves Santo de la Semana Santa leonesa.

Según la Gran Enciclopedia Larousse, los orígenes de la sardana o cerdana (tal vez de Cerdeña) (pues ambas grafías se encuentran indistintamente en documentos castellanos y catalanes), son difíciles de esclarecer. El documento más antiguo que cita su nombre es un monitorio del obispo de Gerona de 1573 que prohíbe a los juglares cantar canciones deshonestas y bailes sardanas. Lope de Vega nombra dos veces a la sardana en El maestro de danza. En 1596, una disposición del sínodo de Vich prohíbe asimismo las sardanas o cerdanas. A principios del siglo XVII la sardana aparece como una danza cortesana barcelonesa bailada en casas señoriales y en la Diputación.

Desde el punto de vista estrictamente musical, la sardana es una composición de carácter expresivo libre, y tiene únicamente unos límites de extensión que debe oscilar entre 25 y 40 compases en las cortas y 60 y 80 en las largas. Fruto del gran violonchelista y compositor Pau Casals y otros músicos catalanes nació la «sardana de concierto», de gran calidad musical, poco apta para ser bailada en corro como es tradicional, pero de buena adaptación al paso lento en desfile de marcha procesional, como así lo ha estimado la banda musical que la ha interpretado el Jueves Santo leonés.

Como tan sólo he oído este año un mínimo de interpretaciones musicales por Semana Santa, no sé si «La Noche de relámpagos» ha sido la única sardana cuyas notas han sonado por las calles y plazas leonesas. Me consta que la más famosa y emblemática de todas las sardanas, «La Santa Espina», (estrenada en 1907 con música de Enric Morera y letra de Ángel Guimerá) ha sido adaptada como marcha en desfiles procesionales. Por cierto, también integrante en el catálogo musical de Los Relámpagos. «La Santa Espina» se tocaba ya en la Semana Santa sevillana por los años 70 del pasado siglo, a pesar de su prohibición, pues fue prohibida durante las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco, al considerarla, junto con Ells Segadors y Cant de la Senyera como un himno de la independencia catalana. No me resisto a reproducir la siguiente circular que difundió en 1924 el Gobernador Civil de Barcelona, general Losada: «Habiendo llegado a este Gobierno Civil, en forma que no deja lugar a dudas, que determinados elementos han convertido la sardana «La Santa Espina» en himno representativo de «odiosas ideas y de criminales aspiraciones» (el entrecomillado es mío) escuchando su música con el respeto y reverencia que se tributaban a los los himnos nacionales, he acordado prohibir que se toque y cante la mencionada sardana en la vida pública, salas de espectáculos y sociedades, y en las romerías o reuniones, previniendo a los infractores de esta orden que procederé a su castigo con todo rigor».

Es muy posible que los muy ortodoxos de la Semana Santa, los que llevan la procesión por dentro, no comulguen con introducir variantes frívolas en el cortejo musical a la imaginería procesional y pasional del Nuevo Testamento. Como en su día se rechazó la «saeta», que estaba muy bien para los de Triana, pero no para los de La Corredera. Sin embargo, mi tolerancia en cuanto a la incorporación de nuevas partituras musicales a la recomendada austeridad de la Semana Santa es una puerta completamente abierta. Por lo que no me escandalizaría lo más mínimo, como novedad para años venideros y si no lo impide ninguna prohibición reaccionaria, sin ir más lejos, fragmentos de zarzuela adaptados como marchas fúnebres tras los pasos, como, pudiera ser, el «Intermedio» de Bohemios, la «Marcha mora» de Moros y cristianos, o «Dónde vas con mantón de Manila», de La verbena de la Paloma.

Pero, puestos a seguir extrayendo de Cataluña y de los catalanes aportaciones musicales, si no se ha interpretado todavía en la Semana Santa leonesa, me atrevo a sugerir a las agrupaciones musicales para próximos eventos una composición de Lluis Llach, muy apropiada y verdaderamente emotiva. Se trata del «Tema de la processó», que figura en el disco del citado cantante y compositor catalán bajo el título de Verges 50. ¿Hace? Pues, comiencen los ensayos.