LA SEMANA
Rajoy, Sánchez, Rivera y Rosa se la juegan el 24-M
C onscientes los líderes de que se juegan su futuro, los partidos se han lanzado a la campaña electoral del 24 de mayo con más de un mes de anticipación. Para el PP y el PSOE son las semifinales antes de las generales. Para Ciudadanos y Podemos, la liguilla de ascenso a primera división. Para la UPyD de Rosa Díez y para Izquierda Unida, la amenaza del descenso a segunda o a regioinal. Para los independentistas catalanes, unas primarias antes del 27 de septiembre, fecha prevista para el último petardazo de Artur Mas.
Los partidos se juegan mucho, pero sus líderes más: su continuidad. Si el PSOE no mantiene el tipo, difícilmente aguantará Pedro Sánchez en las primarias de julio. Si el PP no resiste dignamente, aunque retroceda, Mariano Rajoy tendrá serias presiones internas, y más aun de los poderes económicos, para que deje paso a un sucesor, aunque se mantenga como presidente hasta el final de legislatura. Según sea el resultado, Albert Rivera decidirá si se queda en Cataluña o hace doblete, o sea, candidato en septiembre a la Generalitat y en noviembre a la Moncloa. Y si UPyD se desvanece, Rosa Díez perderá su congreso en junio, lo ganará la diputada y escritora Irene Lozano y, lo que quede, se fusionará con Ciudadanos. El problema en este caso es más grave porque, si no se para ya la sangría de militantes destacados que a diario saltan en marcha del tren de Rosa Díez, es que no llegan a las municipales en buena parte de las ciudades en las que tenían organización. Algo que pasará en Asturias, por ejemplo, ya casi seguro. Rosa Díez es víctima de una máxima difundida por Alan Greespan en sus tiempos de presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos y que aplicaba a la economía especulativa: «La realidad es la percepción de la realidad». Vale esa máxima para la política. Quizás haya muchos militantes fieles a Rosa Díez, como ella sugiere, pero la percepción es que se escapan del partido a docenas y, por tanto, la realidad se conforma como una descomposición irrecuperable. Ella perdió dos batallas de imagen seguidas —el enfrentamiento con el eurodiputado Sosa Wagner y el intento frustrado de alianza con Ciudadanos— y meses después paga esas derrotas con intereses de usura.
Como hay tanto en juego, los partidos movilizan lo mejor que tienen. El PSOE, después de fichar al independiente Angel Gabilondo para Madrid, ha movilizado a Felipe González, valedor de Pedro Sánchez. Esquerra Republicana ha destapado al actor y director teatral Juanjo Puigcorbé como candidato al Ayuntamiento de Barcelona y el PP, mal que le pese a Rajoy, ha colocado a Esperanza Aguirre como candidata en Madrid. Esperanza es la única que podría ganar la alcaldía para los populares y ha salido en tromba: critica el desmedido afán recaudatorio de Ana Botella y de su antecesor Ruiz Gallardón; propone devolver la sede consistorial a la Plaza de la Villa, donde estuvo siempre, abandonando el Palacio de Comunicaciones, en Cibeles, para que quede claro el último despilfarro de Gallardón, su gran enemigo.
Y ha retado a todos sus rivales, uno por uno, a un debate televisado: desde el PSOE, a Izquierda Unida y desde Ciudadanos a Podemos, o la versión con la que se presente. Esperanza va a por todas y, si sobrevive, después irá a por Rajoy. El astuto presidente del PP, como sabe que puede perder Madrid, prefiere hacerlo con Esperanza al frente.
El problema, si acaso, llegará si gana. Pero si así fuera, a él ya nadie lo quita hasta después de las generales. Y hasta podría ganar otra vez sin mayoría absoluta. Y cuidado con que no le diga entonces Ciudadanos que apoya la investidura del PP pero con otro candidato.
Estamos solo a once meses de las europeas de mayo pasado y del terremoto que remodeló la escena institucional: ya no están ni Rubalcaba, ni el rey Juan Carlos, ni Cayo Lara como candidato a las generales. Y se quemó el prestigio de Jordi Pujol. Atención porque en las semanas posteriores al 24-M que se avecina, la lista de defunciones políticas puede dispararse. Por eso desde este fin de semana, la campaña electoral arde. Hay tanto miedo como ilusión y emociones fuertes a la vista.