Diario de León
Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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L o mismo que las cajetillas de tabaco iban avisando con imágenes espeluznantes a todo color y con mensajes tremebundos de que el fumar, entre otras cosas, ‘puede matar’ —un buen amigo decía: «Pues al precio que está, ya podían asegurarlo», y es cierto que ahora te lo confirman sin condiciones—, la correspondencia oficial del Tesoro Público debería incluir en sus membretes y encabezamientos la preceptiva advertencia, ‘Hacienda mata’.

Y deberían hacerlo tanto por el ordeño implacable que somete la agencia tributaria al rebaño estabulado de sus contribuyentes —especialísimamente a los autónomos, esa raza de héroes anónimos— como por lo leído en este periódico hace pocos días: que la Delegación ‘ejecutó’ por error a unos cuantos leoneses, sentenciándolos a un surreal peregrinar de muertos en vida y obligándolos a demostrar que aún se mueven, respiran... y son capaces de soltar la mosca.

Los afectados denuncian «malas maneras y aires chulescos» en los funcionarios del ministerio, y es muy comprensible porque, ¿de qué otra manera iban a tratar a quien, oficialmente, de nada sirve al erario público? No tributa, no consta, no firma, no se le puede exprimir. Estar muerto carece de cualquier tipo de beneficio fiscal. Y esta noticia como de guión de película cubana refleja a la perfección esa decrepitez funcionarial que desde tiempos de Larra apolilla el espíritu de la administración española: que alguien hable y manotee delante del burócrata no significa nada de nada, lo que de verdad importa, señor mío, son los papeles, ¡los papeles!

Pues eso. Que Hacienda mata. Lenta o instantáneamente. A fuerza de extraernos tiempo y parné, muchas horas de vida, o eliminándonos de un plumazo del censo de los activos. Pensemos entonces mensajes adecuados para que los luzcan sus papelajos: «Hacienda puede ser causa de mala leche permanente». «Hacienda perjudica gravemente su bolsillo y los que están a su alrededor». «Hacienda causa impotencia a la hora de hacer la declaración de la renta...». Qué cruz.

Vuelva usted otro día, señor muerto.

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