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León

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H ay quienes creen que los políticos se dividen en normales y normalos . Una reducción excesiva, hasta los tres mosqueteros eran cuatro. Mi conclusión personal es que la mayoría de los partidos están integrados por personas honradas, aunque intuyo que en muchos casos la corrupción de los normalos ha sido posible por la tibieza de algunos normales. No significa que el alcalde de Villlatararí tuviese que estar al tanto de que Rato es propietario de un hotel en Berlín, además de conocer las cuentas bancarias que tenga por esos mundos. No, a cada cual su territorio de conocimiento. Simplemente, apunto que ciertos silencios provocan después estruendos. ¿Por qué ya apenas se habla de la vocación política, tan necesaria para que la gestión sea también gesto? Hay quienes creen tenerla porque les gusta mandar, tener coche oficial y una secretaria que se llame Obdulia. Si no prima la voluntad de servicio todo queda reducido, en el mejor de los casos, a un modus vivendi; y en el peor, a convertir lo público en un coto privado. Hace unos días coincidí con el leonesista Herrero Rubinat, quien no se presenta a las elecciones. Le pregunté si iba a echar de menos su actividad como concejal. No tuvo que emular al pensador de Rodin, sabe que será así. La vocación política ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Deduje que tras tantos años en lo suyo es de los que consideran que los partidos estarían muy bien si no fuese por los políticos, especialmente de los afines. Mihura argumentaba que el campo sería un lugar ideal para vivir si estuviera asfaltado.

Para exorcizar los sentimientos de bochorno que me zarandean pienso en los buenos políticos que he conocido y conozco, con los que sería injusto si los meto en el mismo saco que quienes no lo son. Una generalización suele ser pereza interesada. Por ello, la democracia adquiere su sentido cuando nuestras valoraciones están meditadas. De ahí la importancia de la información veraz.

Y no, no creo que los políticos se dividan en normales y normalos. ¿Y los normalísimos? preguntará el lector cáustico que todos tenemos. Pues esos malos en superlativo, que haberlos haylos, son siempre los menos; eso sí, pocos, bien organizados y con mal gerol.

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