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JESÚS MARÍA CANTALAPIEDRA. EX CONCEJAL DE LEÓN
León

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Como todo el mundo sabe después de leer ciertos capítulos y versículos del Génesis, nuestros primeros padres tuvieron numerosísimos hijos («fructificar y multiplicaos»), aunque sólo Caín , Abel y Set son citados expresamente. El abuelísimo Adán parece ser, también según el Génesis, vivaqueó por aquellos primerizos tiempos unos mil años. Tiempo tuvo, pues, de ser prolífico en sumo grado. Con tales datos no es difícil deducir el carácter incestuoso, directo o indirecto, de nuestros orígenes. Y hay que creerlo por fe. Fe es creer lo que no vimos, nos enseñaron de niños. De acuerdo.

Mas, según ciertos exegetas, Caín le salió a su madre algo rebeco: celoso, avaro, con flagrante desagrado por el triunfo ajeno y envidioso. Mucho. Y por causa de la envidia dio en matar a su hermano Abel por un quítame allá una ofrenda. Los mismos comentaristas bíblicos afirman que primero le apaleó con una quijada de asno las costillas, rematándole después mediante un golpe pétreo en la cabeza.

Con tal infausto motivo, Caín se auto desterró, aun sin arrepentimiento. Pensó con razón que se le había acabado la sopa boba y deambuló por esos mundos de Dios pillando lo que podía con esfuerzos antediluvianos; él y unos cuantos indignados (machos y hembras) que le acompañaron en la diáspora. Después de varios años encontraron asentamiento en las coordenadas GPS: 42.36 Norte-5.34 Oeste, justamente en el lugar donde, ahora, usted lee plácidamente las gratísimas noticias locales, nacionales o internacionales. De todo ello se desprende que éste es el predio donde, según muchos estudiosos, se arremolina el mayor porcentaje de descendientes del hermano maligno de Abel. Es decir: envidiosos impregnados de desolación por los triunfos ajenos, y celosos del prójimo cabal más cercano. En la actualidad se calcula que, al menos, un 18 por ciento de la población activa lleva en su corazón verdoso tales lacras, agrediendo con rumores y actividades perversas a sus congéneres vencedores por capacidad intelectual, ahínco, sudor y lágrimas.

Muchos son los sectores y ámbitos damnificados por los genes de Caín. A saber: Políticos («¡Cómo va a ser irector General, si su padre laboreaba la patata temprana!»); Industriales («¡Si yo te contara de dónde salió todo! Lo sé de buena tinta. Algún día te enterarás»; Periodistas («¿Ése? un donnadie que sacó la carrera a trancas y barrancas, caso de que la acabara. Y así le va el pelo. No lo lee ni la familia a la que tantos disgustos dio»); Presidentes de escalera («Te digo que está chupando con la obra del nuevo ascensor. Y no te cuento más, que no me gusta meterme en la vida de nadie»). Y un largo etcétera de maldades que incoan fornicio y atormentan.

Así pues, si intuye en su entorno a algún descendiente del primogénito de Adán, ¡Aléjese de él! Ni le mire. Haga un esfuerzo mental y piense que no existe. Intente pasar desapercibido ante tal individuo. Diversos autores afirman que en las coordenadas 42.36 Norte-5.34 Oeste, es casi imposible. La sombra de Caín es alargada. Pero, procúrelo o, en último extremo, córtele las gorjas sin más.

(Don Quijote a Sancho: «¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo; pero el de la envidia no tal sino disgusto, rencores y rabias»).