Diario de León
León

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La primera vez en los cursos de formación fue con una Olivetti de carcasa blanca, luego reciclada para un uso noble en las prácticas de redacción periodística con Iñigo Domínguez de Calatayud, maestro accesible y poco concesivo con las élites que querían sacarse el título a distancia, régimen precursor del online. No sabían qué hacer con el cadáver de Hulleras aún caliente en la cocina y popularizaron un método de rescate que hasta entonces sólo había servido para los hijos de las clases dominantes y de los caciques, que habían cubierto los puestos vacantes de teclistas en Nuevos Ministerios con una carta de recomendación de don Rodolfo. Mina no, pero os váis a hartar a picar el teclado, explicaron como resumen del modelo de desarrollo elegido ante la cascada del desconcierto juvenil que trajo a León el felipismo tardío. Fue el mito de las trescientas pulsaciones entre aquella quinta de imberbes que subestimaban el término más allá de su acepción con el latido del gran Induráin, a bloque por los Campos Elíseos, y no sabían de otro pálpito que no fuera el acelerón emocionante en el asiento de atrás. La Olivetti o la podadora; o funcionario o desbrozador de pinos. Fue la última vez que dejaron elegir. Algo no cuadra aquí si se compara el fruto del cargo presupuestario al fondo formativo en esta tierra y lo bien que se lo supieron montar al sur de Despeñaperros. De aquellos barros este lodazal, sin salida, con sueldos públicos que ya superan a las nóminas de trabajadores de empresas privadas o autónomos, en una relación que hace inviable el sistema, canonicen o no Varufakis o arda Angela Merkel demonizada. En la huida del fracaso, el toro del estado autonómico se viene a tablas rejoneado por la realidad de la decadencia política y emprende la ceremonia del sacrificio de uno de los sumos sacerdotes como si se tratara de un becerro y su sangre bastara para apagar la ira de los dioses de la decencia ciudadana, encabronados, si se tiene en cuenta que el ritual va ya por la tercera década y ha hecho añicos a una generación completa de leoneses. Acaban de empezar el procedimiento de purga y ya tienen en el camino otra piedra en la que tropezar, de tal forma que hoy en León parece que no eres nadie si no te has inscrito en un curso de buenas prácticas medioambientales, y han extendido la idea de que sin un carné para manipular fitosanitarios se acabará en la trena.

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