Diario de León

HOJAS DE CHOPO

El vendedor de palabras

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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El poder de la palabra, cuando se utiliza en su justa medida, tiene una buena gama de virtudes que nos permite navegar por mundos mágicos, reflexivos, lúcidos, cercanos… La palabra es un don entonces. Ocurre con frecuencia, sin embargo, que en el ejercicio de la palabra escondemos los múltiples mecanismos de sus trampas, que también tienen su espacio en los rincones secretos de sus dominios.

Los dominios de las trampas están en la vecindad de los dominios del humo. Vender humo no es otra cosa que utilizar la palabra para allanar los caminos de la mentira, porque la tergiversan y oscurecen la realidad que encierran, proponiendo otra de escaso o nulo valor. Incluso pretenden dibujar los incumplimientos como logro, o como meta lo imposible e irreal. Utilizan la palabra como la apariencia de lo que no se es o no se tiene, porque la supeditan a sus intereses exclusivos. El ciudadano suele entender muy bien cómo las apariencias engañan, más en temporadas de larga campaña electoral, con la prostitución de la palabra hasta extremos que sonrojan. Las trampas de la lengua, sin embargo, hacen prisioneros y cautivos.

Frente a esta actitud de irreverencia y desfachatez, hay otra palabra, a veces desconocida en plenitud pero eficaz, que encierra una profunda exaltación de la creatividad y el optimismo a través, sobre todo, del cuento y de la palabra creadora en general. El cuento, según escribe Carlos Grassa, ayuda «a construir nuestra realidad interior y nuestra realidad social». Recuerdo, en este sentido, al librero y promotor de lectura Pep Durán, que, inundada su librería, vio salir las letras de los libros y quedar flotando sobre las aguas. Para no desaprovecharlas, vendió las letras al peso, después de rescatarlas con red, para que cada cual escribiese su propio libro. Pero un libro, advertía, que nos haga vibrar. Vendedora de historias, síntoma de juventud del pueblo que las escucha. «Y del que las cuenta», afirma Yaremis Reyes, a la que oí contar en una plaza de La Habana Historias para soñar a un peso. Como aquel poeta asturiano que sobrevivió en Italia vendiendo Poemas a 10 liras entre las damas romanas de alto copete. O como el cuentista mulato de las orillas del río Magdalena colombiano que alimentaba a los suyos narrando historias fabulosas de pájaros y peces que habitan las ciénagas inmensas de aquellas aguas convertidas temporalmente en océanos.

La palabra, en definitiva, tienes múltiples filos. De los dos que aquí se reflejan hay suficientes testigos entre nosotros. Utilizan los primeros la palabra como soflama, sin alicientes de verdad y de futuro. De los segundos es muy pródiga esta tierra, que, como ocurre en la narración oral, prefiere los caminos rectos a los desvíos. La palabra se enciende en este caso para iluminar sueños e ilusiones. Es la que merece la pena.

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