Diario de León

TRIBUNA

El soldado de Naupacto (Cervantina)

Publicado por
Venancio Iglesias Martín. Catedrático de literatura
León

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L as galeras que buscaban la embestida disparaban de cerca sus cuatro o cinco cañones fijos en la proa barriendo la cubierta enemiga y provocando horrible matanza en los soldados que se preparaban para el combate cuerpo a cuerpo. El asalto mutuo de la cubierta daba lugar a una lucha despiadada... tal como parece que era el cuerpo a cuerpo de la epopeya. Entonces, una bala turca cambia la historia del español. La bala de arcabuz que destrozó la mano de don Miguel parece el punto de partida de una nueva era en el campo de la literatura. 

—¿Llevas el turbante para esconder los cuernos? ¡Hijo del zancarrón de Meca! 

—¡Haram, sucio cristiano! ¡Impuro comedor de cerdo! 

—¿Sí? ¿Impuro? Pues sabe hijo de Mohamed y una puta dromedaria que tengo la espada untada con tocino. Sucia va a ser tu muerte, miserable... etc. 

¡Algarabía! Tromba de insultos en veneciano español, turco y árabe que inunda la cubierta de las naves donde se matan los hombres. ¡Sin duda fue así! Y entonces un joven de 25 años cae herido en la madera de la cubierta. Dos disparos en el pecho y uno más en la mano. En el suelo, sujetando la hemorragia, la mano derecha debió de escuchar la advertencia de la izquierda: busque maña e industria para compensar mi impotencia. A algo así debió de sonarle más tarde la negativa real a darle un puesto en Indias, por anotación del relator del Consejo de Indias a la instancia en que Cervantes pedía su paso a América: 

—Busque por acá algo en lo que se le haga merced.

Ello ocurría en Naupacto el 7 de octubre de 1571. El lugar actual no puede ser más idílico. Una pequeña ensenada cerrada por la muralla con una estrecha salida al golfo, una ciudadela en lo alto de una colina, glicinias y retamas de oro y un mar de plata azul: el pequeño golfo de Naupacto dentro del gran golfo de Corinto. Mi mujer me pregunta si sé qué significa Naupacto. 

—¡No! Algo tiene que ver con la palabra nao o nave. Pero no lo sé. 

—Naupacto significa lugar de construcción de naves. Astillero. 

—No vi allí ningún astillero... pero la historia es muy dilatada. 

En Naupacto, nuestro Lepanto, es tradición que se construyeron las naves que partieron hacia Troya. ¡Santo Dios! O sea que de Naupacto sale la raíz de la gran epopeya. Las naves de Agamenon, Aquiles, Ayax, Ulises... que fueron a Anatolia (que así se llama hoy a Turquía entre los griegos y significa «la del Este») salieron de aquí y muchos siglos después llegaron aquí naves de occidente a combatir al turco. Desde hoy pondré un altar en mi corazón para este maravilloso lugar. Porque si un ciego minusválido escribió las dos grandes epopeyas, de Naupacto salió ilesa la mano de otro minusválido que inició la gran novela. Pero ¿son dos géneros distintos? Sí pero no. La novela es la epopeya del problematismo del mundo. Cuando todos los valores estaban escritos en el cielo estrellado y en el se podía leer el destino del hombre, allí estaba Homero, allí estaba el rapsoda de la Chanson de Roland y el juglar de Mío Cid. Cuando ese cielo se oscureció, cuando la grandeza de aquellos valores que parecían estrellas fijas se derrumbó, entonces lo que sucedió fue la melancolía y con ella la novela. El héroe de Naupacto vuelve recuperado de la guerra y la dura prisión de Argel, pero el mundo que se encuentra no es el que impuso la aventura americana o la derrota del turco. El héroe no comprende al mundo. El mundo se ríe del héroe. Y como su espíritu es demasiado sencillo, regresa a su tierra para morir de melancolía. Cervantes que se había enrolado en la galera Marquesa lleno de ideales de gloria, fama, honra y plata, vuelve a una patria que no conoce y que le niega. Todos sus ideales están por tierra. Todos sus sueños rotos. Naupacto, ese bellísimo pueblo de la costa griega marca el punto de inflexión en que la epopeya se convierte en novela, y el heroísmo es mirado con ojos de alinde como dice la Celestina, en que lo mucho parece poco y lo poco mucho. El gesto heroico de don Quijote se contempla entre la ternura y la risa, entre el reconocimiento de la grandeza y la burla de todo lo que es inadecuado. Lo que se llamaba heroicidad se ha convertido en locura. Todo lo que hoy somos, es un mal argumento de novela que empezó en Naupacto, pasa por Galdós, Balzac, Dostoyevski, Joyce o Faulkner y todo quedará para siempre como nostalgia del mundo de valores que allí se perdió. Fue una victoria pírrica en la que el victorioso tiene tantas o más perdidas que el vencido.

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