Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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S ólo lo vi una vez. Fue en Madrid, en 1975, en el colegio mayor San Pablo. Era alto, delgado, con jersey blanco de cuello de cisne y con una hondura irónica que aquella audiencia de chicos bien no entendió apenas. Él tenía entonces 42 años y hacía uno que había perdido a su único hijo. Muerte terrible que cimentó el más potente de sus libros, el más célebre e inesperado.

Umbral no solo fue el mejor columnista español de los últimos cincuenta años, el más literario y original, el más poético y político a un tiempo, sino que además fue el autor de varios de los libros memorialísticos más bellos que se han escrito en castellano a lo largo del siglo XX.

Él no tuvo buena prensa. Era independiente, caprichoso al parecer, algo raro. Venía de muchas penas infantiles, venía de ser un chico de provincias y, como Gamoneda, botones de un banco. Él se lo buscó todo con una vocación extraordinaria y con una fe rápida. Se movió a conciencia y pagó muchos precios. Pero llegó. Y habló, y conoció, y fue, y demostró, y escribió. Muchísimo. Montañas de libros, todos cuajados de páginas formidables. Tiernas o cáusticas, pero siempre cultas e innovadoras. Umbral es inabarcable, una especie de Valle-Inclán de la transición y la democracia, pero siempre con el río lírico sincero, con la carga aérea de la audacia y la emoción. Con el amor de Baudelaire y con las mujeres a su alrededor, en la vida o en el texto.

Umbral es oro, me adscribí pronto a su religión, ya en los setenta, cuando inició su columna en El País. Y ya siempre me sentí de su mundo, aunque no de sus estridencias, pecado venial. Precio de quien fue niño sin padre, de quien llegó a León para emprender en plaza periférica su destino de escritor. En aquella emisora que no se escuchaba en Ponferrada. El puerto de Manzanal era mucho puerto entonces.

Hace poco se han editado sus textos leoneses, primeros en su obra, que no primerizos. En ellos brilla su juvenil talento como una daga. La gracia, la facilidad que es arte y no artesanía, el giro, la vanguardia. Francisco Umbral sin la vanguardia no existe, aunque por dentro es caudal clásico del idioma, regalo para el corazón y el tiempo, para el humor y la melancolía. Umbral está siempre más allá, pero con lo que uno aprehende le sobra. Era un ser de lejanías. Era un hombre mucho más misterioso de lo que creemos. Y su exposición brutal a los focos era un modo de esconderse. De ir hacia Valladolid, hacia su madre que murió pronto, la diosa leonesa que fue su raíz de imposturas.

Hace casi ocho años que murió. Y ya ha superado el purgatorio que a todos los grandes escritores aqueja. Lo bonito y lo justo es que está saliendo con una fuerza invencible. No deja de sonar su voz, de llamarnos su orgía de palabras infinitas. Reinos completos de luz. Umbral nos espera siempre, cada día escribe mejor.

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