Diario de León

TRIBUNA

Por una historia religiosa laica

Publicado por
Francisco Martínez Hoyos. escritor
León

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P ara el gran público, la Iglesia en la Historia significa Templarios, Inquisición y poco más. Es decir, estereotipos. En general, lo religioso constituye un gueto cultivado con heroísmo por algunos especialistas, pero sus hallazgos no suelen trascender al resto de la comunidad académica, menos aún a las revistas de divulgación. ¿Por qué esta invisibilidad cuando es obvio que el pasado de un país como España no puede entenderse al margen de la Iglesia católica? La historia religiosa, en realidad, es demasiado importante como para dejarla en manos de unos pocos eclesiásticos. Por eso, entre el 22 y el 24 de abri, se reunió en Alcalá de Henares un nutrido grupo de investigadores, la crema de los especialistas en la materia, para abordar la influencia del factor cristiano en la España contemporánea. Con el lujo añadido de contar con la presencia de expertos internacionales como el italiano Alfonso Botti, el francés Benoît Pellistrandi, el argentino Roberto di Stefano o el portugués Antonio Matos Ferreira.

Tal vez, desde fuera, pueda confundirse hablar de la Iglesia con hacer propaganda de ella, pero eso tan simplista como suponer que la historia de la guerra promueve, necesariamente, los valores del militarismo. Botti expresó con particular contundencia la necesidad de una mirada laica al hecho religioso al afirmar que el mundo católico debe ser estudiado igual que el Ministerio de Agricultura. Por tanto, no importa si el historiador es creyente, agnóstico o ateo, sino su capacidad para elaborar un producto de calidad. Eso significa, entre otras cosas, aproximarse a la lógica de las comunidades de creyentes a partir de su lógica interna, algo que implica una cierta formación religiosa. Un jesuita historiador, Alfredo Verdoy, incidió en la necesidad de cierta preparación teológica. Tal vez, el lector esté pensado, con aire escéptico, que los religiosos tienen sus manías, pero… ¿Aceptaríamos que alguien hiciera historia económica sin saber que es el Producto Interior Bruto? ¿Qué hiciera historia militar desconociendo lo que es un regimiento?

Si no procedemos así, nuestra comprensión del pasado acabará siendo sesgada. Nos centraremos en el compromiso sociopolítico de los creyentes, pero olvidaremos la espiritualidad que los mueve. ¿Y acaso se puede entender la lucha en el movimiento obrero de un militante de la JOC (Juventud Obrera Cristiana) al margen de una determinada visión de la figura de Jesucristo, centrada en su proximidad a los pobres? Aunque sea obvio decirlo, no se puede hacer la historia de un grupo de creyentes sin tener en cuenta que rezan y leen el Evangelio. Por desgracia, en otros terrenos presenciamos reduccionismos similares. Así, se hacen estudios económicos, sociales, culturales… de la Guerra Civil, prescindiendo de lo más evidente: que nos encontramos ante un hecho militar en el que la gente mata y muere.

En los departamentos universitarios, prejuicios muy difíciles de arraigar han obstaculizado el progreso hacia la integración de la dimensión religiosa en los proyectos de investigación. Se ha dado el caso, entre otros, de una especialista en historia de género que vetó los trabajos sobre religión por entender que catolicismo y derechos de la mujer son por naturaleza incompatibles. ¿Lo son? ¿Realmente lo son? Dejando a un lado el florecimiento de la teología feminista, incluso en colectivos tradicionales puede detectarse un progreso hacia cotas de mayor igualdad. El discurso de la Acción Católica no era precisamente paritario, pero lo que se hace debe ser siempre más importante que lo que se dice. El hecho es que la militancia católica abría una ventana que permitía a la mujer asomarse fuera del espacio doméstico para desempeñar una función pública. Lo auténticamente relevante está en esa manera de quebrar los límites del hogar, introduciendo, aunque fuera inconscientemente, fisuras que ayudaban a disolver los roles de género característicos del patriarcado.

Si se hiciera un esfuerzo por difundir los resultados de las investigaciones en historia religiosa, muchos tópicos que aún conforman nuestro imaginario acabarían desplomándose. ¡Cuántas veces hemos escuchado decir que el protestantismo alentó el desarrollo capitalista frente a un catolicismo propio de países retrasados! Pues no. Los datos empíricos no avalan esta interpretación en la onda del sociólogo Max Weber. Como tampoco confirman la hipótesis de una Iglesia rígidamente jerárquica, en la que todo se mueve de abajo arriba. El Vaticano podía emitir cuántas directrices quisiera, pero se encargaban de aplicarlas los obispos, por lo general muy celosos de sus prerrogativas diocesanas. Los obispos, a su vez, marcaban determinadas pautas, pero eso no quiere decir que los párrocos las cumplieran al pie de la letra. Aunque una carta pastoral echara pestes contra el comunismo, ellos trataban a comunistas de carne y hueso.

Destacar, por último, que encuentros como el de Alcalá están preñados de sugerencias estimulantes respecto a posibles líneas de trabajo, capaces de iluminar piezas de ese rompecabezas llamado Historia que aún permanecen en la sombra. A Concepción Arenal todo el mundo la conoce como pionera del feminismo, pero aún queda por iluminar su dimensión no sólo creyente, sino sus propuestas como reformadora religiosa, partidaria del sacerdocio femenino.

Las pistas para el futuro no se quedan solo, que ya sería mucho, en temas vírgenes; encontramos, por otra parte, valiosas reflexiones teóricas que nos permiten afinar a la hora de captar los matices de lo real. ¿Ha sido la Iglesia, sin más, un bastión reaccionario?

Aunque se ha avanzado mucho en los últimos años en nuestra comprensión de las dinámicas religiosas, no es el momento para caer en tentaciones triunfalistas. Entre las limitaciones de la producción especializada, Botti subrayo una particularmente peligrosa, el etnocentrismo. Quiere decir que los historiadores vascos estudian el catolicismo vasco, los de Cataluña el catalán, y el resto lo que queda. Sería deseable, sobre todo en un mundo cada vez más internacionalizado como el nuestro, que los investigadores de nuestras universidades se atrevan a mirar realidades ajenas. Avanzaríamos así en la comprensión del Otro y nos evitaríamos, por el camino, el peaje siempre demasiado oneroso de la corrección política.

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