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León

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Nos pilla mayo otro año más sin pinar el ramo en la plaza. Ni fuimos a cortarlo,ni esmochamos las ramas que le sobraban, ni tuvimos los arrestos para echarlo arriba, mozos. Nos acordamos tarde otra vez más de que para celebrar la fiesta del trabajo primero teníamos que haberlo defendido y, de repente, entre las banderolas sindicales que no pasan ya de atrezo de Ikea, nos encontramos con que se habían perdido más de 17.000 personas en edad de trabajar en León desde el inicio de la crisis. No sabemos ni dónde están, ni alcanzamos a contar con exactitud cuántos conocidos se fueron a buscar suerte en otros sitios en los que la palabra oportunidad no la pintaran calva. Ahí está el padrón para atestiguarlo. Más de 29.000 leoneses buscan su primer empleo o hace al menos un año que perdieron el anterior y no encuentran nada. No lo hay. Habrá menos. Vienen detrás más parados: los mineros a los que usan La Vasco y Uminsa como ariete, los desamparados de Everest con los que juegan los propietarios y sólo interesan a la Junta para la foto. Nos quieren convencer de que se ven las señales.

Sí que existen. No hay duda. Se ve cómo el desplazamiento lingüístico, porque el lenguaje construye la realidad, ha terminado por convertir un derecho en un privilegio. El trabajador es un privilegiado, le hacen un favor, cómo va a quejarse. Tiene que tragar si no quiere que se lo retiren porque hay más dispuestos a hacerlo por menos dinero: es la ley del mercado, la fuerza de la oferta y la demanda. En esta la selva están atrapados más de 100.000 ciudadanos de la provincia que penan en la cola del paro o cobran menos del salario mínimo interprofesional, como le pasa ya a una de cada tres personas que tienen empleo. Una subasta en la que se trabajan 8 horas, pero se acepta cobrar media jornada y el resto como gasto de desplazamiento aunque se atienda a una persona dependiente a dos manzanas del domicilio propio. Un zoco de contratos por horas sueltas que se convierten en ilimitadas en el momento de salir. Es lo que hay. El 53% de los jóvenes no tiene empleo y la mitad de los que lo han logrado están sobrecualificados para las tareas que desempeñan. Aunque no nos engañemos, también hay quien prefiere tirar del subsidio, no moverse, trampear: anécdotas que no pueden convertirse en categoría, como pretenden las organizaciones empresariales para enmascarar que mercadean con los cursos de formación.

Es cierto que se ven señales. Muchas. Son preocupantes. Y el mayo sin pinar.

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