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León

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Recuerdo que en la última gran campaña electoral —la de las generales de 2011— hubo un intercambio de comentarios de esos que irradian mucha luz y que planteaban el alcance real de la crisis. Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba se enfrentaban en un debate televisivo y el Diario organizó un ‘debate sobre el debate’ con personas que representaban todo tipo de ámbitos de la sociedad leonesa. Y fue el delegado de la coalición más de izquierdas entonces en el espectro político el que lo hizo patente al comentar que le cansaban tantas medias verdades cuando, según dijo, ambos sabían que tocaba subir impuestos y recortar. Lo más llamativo es que la persona que representaba el mundo de las finanzas le dio la razón automáticamente y criticó el cinismo que empleaba Rubalcaba con sus constantes «¿va a subir los impuestos, señor Rajoy?» como si desconociese cuál era la realidad a la que se enfrentaba España.

Aquel día a uno le invadió una cierta sensación de que en gran medida se nos sigue tomando por tontos a los ciudadanos y más cuando se trata de intentar captar el voto. Me acordé de aquel episodio estos días al observar cómo en plena campaña se concedía la licencia de obra para reconstruir el edificio de la Seguridad Social en Papalaguinda o que se licitaban obras en la autovía hacia Orense o para construir las glorietas en la Ronda Este... todo un carrusel de zanahorias para intentar guiar al votante, aunque cada vez tengo más dudas de que alguien pueda decidir su papeleta prestando la mínima atención a hechos puntuales y quizás, en múltiples ocasiones, sonrojantes. Incluso, en plena campaña, a la Junta le entran ganas de repente de aplicar verdadera contundencia en su sanción a Serunión por los problemas en los comedores escolares.

Hay quien plantea que las elecciones y sus campañas son un problema para España porque padecemos excesivas. Pero de vez en cuando sirven al menos para acabar con la atonía en la que se ven sumidas muchas cosas durante periodos excesivamente largos. Ahora hasta en el carbón se intenta al menos un ‘postureo’ que salve el vacío de cuatro años. O quizás de mucho más tiempo aunque hay quien se autoproclama sin rubor defensor de la minería tras dar el visto bueno a fechas de defunción.

Quizás por ello el eslogan más oído en campaña realmente entre los ciudadanos es el «nos toman por tontos».