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León

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He tirado varios votos ya a la basura como para empezar a preocuparme ahora. Me equivoco con frecuencia a la hora de decidir. Ya me pasaba en la época de universitario, en Salamanca, cuando nunca sabía dónde echarle los 20 céntimos al pintas que pide en la calle Toro con dos cartelines delante, uno a cada lado, en los que deja al libre albedrío de los ciudadanos si echar la limosma «para porros» o «para cerveza». Pero de este colocón de hoy, cuando se abran las urnas a primera hora de la mañana, voy a participar. No me lo pienso perder, aunque aborrezca ese tópico de los propagandistas políticos que lo anuncian como ‘la fiesta de la democracia’ y ponen los neones sobre el voto para vender que se trata de la ‘esencia’ del sistema democrático: son aquellos que les piden que metan la papeleta y se olviden hasta dentro de cuatro años; los que creen que cada sufragio es un salvoconducto que justifica un mandato de barra libre para sus compadreos, un cuatrienio festivo de despotismo ilustrado en el que se toman las decisiones en función de unos intereses que no suelen ser ni mucho menos públicos.

Voy a votar, pero no quiero hacerlo con el miedo encima de los que agitan la aparición de nuevas siglas como la invasión de los bárbaros que conducirá a la ingobernabilidad de los ayuntamientos, ni con la mochila cargada de quienes compran los apoyos a cambio de la promesa de un puesto de trabajo, ni con la promesa de que aquellos que se meten para que les pasen de rústica a urbana una huerta, para que les apañen un contrato o los arreglen unas concesiones. No quiero votar tampoco con las tripas de quienes abogan por las marcas blancas como recetas genéricas más baratas frente a los grandes laboratorios, ni con la rabia de los que creen que reventarán el sistema precisamente los que terminarán por vivir de él, ni con la ignorancia de los que piensan que la igualdad pasa por concederle a todos la misma capacidad de gobierno a pesar de sus cualidades.

No sé qué voy a votar, se lo confieso, pero tengo claro lo que no. No voy a votar para tener que despedirme de un amigo cada mes porque está harto de no tener empleo aquí, ni para que me digan que no soy ciudadano de mi tierra, ni para que se olviden de que el desarrollo rural no pasa por cerrar pueblos, ni para que los mineros se conviertan en ecce homos que suplican lo que les prometieron. No van a votar por mí.

A lo mejor me equivoco. No sería la primera vez.

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