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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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Atención: esta columna se basa en hechos absolutamente reales. Al contrario que las personas, los animales nunca mienten y, en un alarde de cordura, tan solo piden techo, comida y cariño. Esas son las aspiraciones de Thor, un buldog francés de dos años y pocos meses que se ha convertido en el amo de la taquilla en el hogar de mi amigo Luis Carlos Sinde. Por cierto, que amo y perro cuadran como una pareja de calcetines bien conjuntados: buenazos, madridistas ambos… Como es bien sabido, en España se despliega un salvajismo psicópata contra los animales en general y los ciudadanos de cuatro patas en particular. Un repugnante apartado donde se incluye el abandono o el atroz sadismo del maltrato. Mucha suerte ha tenido Thor, un granujilla a quien los hilos del destino le han encaminado hacia un domicilio en el que se le reverencia.

Más elegante que lord Byron y empujado por la osadía de la juventud, Thor no da demasiado la brasa, al contrario que la clase política, pero exige unos contundentes paseos que dejan niquelado al animalito… y también a su orgulloso propietario. Es todo un espectáculo ver al perro grande y al perro pequeño, tanto han llegado a parecerse, consagrados a la rutina sagrada del recorrido cotidiano. Recreándose en la suerte y los dos tan chulos como Pichi el del chotis, se entabla a diario un conflicto de voluntades pues el chucho le echa piernas y empuja como un camión de bomberos, mientras que Luiscar pretende imponer unos códigos de conducta acordes con lo sensato. Hoy mismo el perro le llevará a votar, en una risueña manifestación de afinidad por parte del tunantillo. Por su parte, la pobre Geli, santa mujer, se ocupa de proveer la despensa para uno y otro, tema que la produce sudores por lo copioso. En fin, creo que los animales están en el mundo para educar a los hombres. Que le pregunten a Luiscar.

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