Diario de León

TRIBUNA

El pequeño gesto de un albañil en Mauthausen

Publicado por
José Antonio García Marcos. psicólogo clínico y autor de una tetralogía sobre la eutanasia nazi.
León

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A l campo de concentración nazi de Mauthausen, situado en Austria, fueron a parar varios miles de republicanos españoles refugiados en Francia. En el vecino país no habían sido bien recibidos y, tras la ocupación nazi, nuestros compatriotas se convirtieron en enemigos del Tercer Reich por su ideología política.

Cuando los españoles llegaron a Mauthausen el régimen nazi estaba inmerso en un ambicioso plan de limpieza étnica consistente en la matanza sistemática de los enfermos mentales incurables, una masacre que embellecieron con el eufemismo de la eutanasia. Para lograr ese objetivo, realizado como un secreto de Estado, habían diseñado las cámaras de gas. A partir de enero de 1940, éstas se empezaron a instalar en determinados hospitales psiquiátricos, situados estratégicamente por todo el país. Uno de estos manicomios de la muerte fue el de Hartheim, situado en Austria y a pocos kilómetros del campo donde llegaron los prisioneros españoles.

Durante 1940 y hasta agosto de 1941 el régimen nazi eliminó en las cámaras de gas instaladas en los manicomios alemanes a más de setenta mil enfermos psiquiátricos. Ante esa masacre hubo reacciones de protesta por parte de muchos sectores de la población alemana desde jueces hasta militantes del propio partido nazi y, sobre todo, de las iglesias católica y evangelista. El obispo protestante de Limburg, Th. Wurm, envió una carta el 19 de julio de 1940 al ministro del interior, responsable de los manicomios, en la que le decía que el cristianismo, desde sus comienzos, se había preocupado siempre por los más desfavorecidos y le instaba a poner fin a las matanzas. La protesta más enérgica, sin embargo, la protagonizó el obispo de Münster, monseñor Von Galen. El 3 de agosto de 1941 leyó una carta pastoral en la catedral acusando al gobierno de ser el responsable de los crímenes. ¡Pobre pueblo alemán, terminaba diciendo el valiente obispo, si viola el mandamiento divino de no matar o estimula su violación sin castigar a los culpables!

El 20 de agosto de 1941, abrumado por las protestas, Adolf Hitler ordenó paralizar la matanza de los enfermos psiquiátricos. Sin embargo, la estructura médico burocrática que se había constituido para tal fin, denominada de forma encubierta Aktion T4, continuó intacta. H. Himmler vio que podía ser de utilidad para solucionar algunos problemas sanitarios existentes en los campos de concentración. Médicos y psiquiatras de dicha organización se trasladaron a los distintos lugares (Dachau, Buchenwald, Mauthausen…) con el fin de seleccionar a los enfermos incurables y llevarlos a las cámaras de gas de los manicomios más cercanos. Con el objetivo de frenar posibles revueltas, se les decía que los llevaban a una casa de reposo (Erholungsheim) hasta que mejorara su estado de salud. Hoy se sabe que más de 400 españoles, gravemente enfermos, fueron trasladados al cercano manicomio de Hartheim, gaseados e incinerados dentro de un plan secreto conocido como la acción 14f13.

Como es sabido, al finalizar la guerra los nazis quisieron borrar las huellas de sus innumerables crímenes para que los aliados no pudieran ver las tropelías que habían cometido. En Hartheim ocultaron la cámara de gas y el horno crematorio. Para ello utilizaron una brigada de albañiles procedentes de Mauthausen. Entre ellos estaba el español Miguel Juste que dejó, en una de las paredes que tuvo que levantar para tapiar la puerta de acceso a la cámara de gas, una nota que decía textualmente: esta puerta la zerro el español Miguel Yuste, prisionero en Mauthausen. A continuación añadía la fecha: 18 de diciembre de 1944. Una copia de la nota original manuscrita se puede ver en mi libro La «eutanasia» en la Alemania nazi y su debate en la actualidad (Valencia, 2009), pág. 163. Este pequeño documento histórico fue descubierto por las autoridades austriacas en el año 1968 al reconstruir la cámara de gas y el horno crematorio y recuperar la trágica memoria del lugar. El psiquiatra responsable del centro, el Dr. Rudolf Lonauer, se suicidó tras la llegada de los americanos, matando previamente a su mujer y a sus dos hijas de corta edad.

Los españoles presos en Mauthausen tuvieron la osadía y la inteligencia de conservar muchas de las pruebas del terror nazi. Una de las historias más sorprendente es la del fotógrafo Francisco Boix, un catalán que con su cámara captó la vida cotidiana del campo y, además, burló la férrea vigilancia de los nazis poniendo a salvo miles de negativos. Boix fue el único español llamado a testificar en los juicios de Núremberg. Miguel Juste tuvo también el valor de dejar una nota escrita para testimoniar la obsesión de los nazis por borrar la huellas del horror que habían causado. Es justo y necesario recordar su pequeño gesto ahora que acaba de cumplirse el setenta aniversario de la liberación de Mauthausen.

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