MARINERO DE RÍO
De acuerdo
E s, en resumidas cuentas, lo que la gente quería y buscaba. Al menos una buena carretada de gente. Respirar. Sentir una cierta vaharada de aire fresco. Sacar la cabeza por el ventano e hinchar los pulmones. Pocas sensaciones se le parecen. Quizá sólo aquella de levantar el botijo y dejar caer por el gañate un torrente de agua fresca cuando volvías de hacer el cabra, toda la tarde pedaleando del río a la era y viceversa, con gravilla en las heridas de las rodillas y polvo hasta en el píloro.
La entrada de nuevas siglas, de concejales que son del todo bienvenidos, de personas con ganas y planes, es una de las mejores noticias que podemos extraer de la jornada. Puede que algunos no hayan alcanzado el resultado apetecido pero los cambios, los auténticos cambios, se producen de una manera progresiva, tantas veces subterránea, filtrándose en la tierra como el agua de lluvia.
Resulta curioso comprobar cómo algunos contemplan de manera negativa y recelosa los consistorios repartidos entre varias formaciones, otros logotipos, rostros que antes no estaban, tonos de voz resonando en salas que hasta entonces sólo escucharon las órdenes o los chascarrillos de ciertas gargantas. Pero la nueva es buena porque obliga a algo que habíamos olvidado hacía tiempo en estas tierras de ordeno y mando, de mear en torno al cortijo, de señorito que sólo quiere rodearse de aquellos ganapanes que le puedan olfatear las perdices.
Y eso que habíamos olvidado era negociar, tratar, conversar, pactar, llegar a acuerdos. Ceder en ciertas cosas para conseguir otras. Convenir que uno mismo y su tribu jamás está en posesión de la verdad y que a ella sólo se puede tender —son sólo aproximaciones, tendencias— con ayuda de otros, incluso del que consideras tu enemigo.
Son unas elecciones curiosas. Antes daba la impresión de que todos ganaban. Ahora la mirada de los de siempre está llena de suspicacias y mosqueos, y con pocas ganas de celebrar triunfos. Cada vez más ciudadanos quieren abrir las ventanas y que entre el aire, sacudir las alfombras, renovar la ropa de cama, limpiar las telarañas y darle a todo una buena mano de pintura.
Y es a partir de este momento cuando quedará demostrada —de verdad— la valía del político. Caminar por moquetas azules o pasear balconadas rojas resulta fácil. Lo de ahora requerirá cintura, inteligencia, ética y formalidad. A ver quién las tiene y a ver quién no.