Diario de León
Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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Las esquelas son una inagotable fuente de información. Y de juego. Entiéndase. De juego en cuanto aprovechamiento. Conocí hace unos años una experiencia didáctica en esta línea, uno de cuyos apartados tituló el autor La poética de las esquelas, refiriéndose, en este caso tan concreto, al juego poético con los nombres poco comunes que aparecían, durante un cierto período, en estos «anuncios necrológicos», sobre todo teniendo en cuenta la tradición cultural de un país —hagan un repaso por la literatura y la pintura, por ejemplo— en que la muerte ha tenido una singular mirada colectiva. Fueron curiosas algunas de las composiciones poéticas elaboradas por los alumnos, que el profesor aprovechaba además para explicar con mayor facilidad ciertas licencias y características del género. Anoté entonces un texto en que un alumno, anónimo, recreaba con gracia un rosario de nombres poco frecuentes aparecidos en las esquelas. Sesenta y ocho versos en total, los cinco últimos como conclusión curiosa: «Y después le dijo a su madre, / que se llamaba Charo: / Hay que ser un mal padre / para bautizar a tus hijos / con unos nombres tan raros».

No se trata de rarezas. Suelen responder a las más variopintas razones familiares, a ciertos imperativos de la moda, a la tradición del santoral, sin olvidar los ámbitos de lo rural o lo urbano… Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), los nombres preferidos por los españoles para sus hijos son hoy Mari Carmen, Manuel, Lucía y Hugo, con un leve repunte de los dos últimos. Nada que ver, como comprobará el lector, con estos ofrecidos a continuación, copiados desordenadamente de las esquelas publicadas en este periódico durante los últimos meses. Tomen nota: Adeodato, Adonina, Adonino, Agapita, Agricio, Alcides, Arselí, Benicio, Cirilo, Clemencia, Conversina, Crislino, Dictinio, Dimas, Divina, Domitila, Domitilo, Donina, Doradia, Dorinda, Edelmira, Efigemio, Emérito, Enedina, Enelida, Erasmo, Erervita, Erundia, Eustasio, Fredesdinda, Germana, Isamel, Leonilda, Levi, Liborio, Liceria, Lidio, Lucila, Lucinio, Luzdivina, Mauricia, Narciso, Neftalí, Orencio, Orosia, Otilia, Pergentino, Perseveranda, Petronilo, Piernagorda (apellido), Quinidia, Rosalina, Ruperto, Sabina, Salvelio, Sipa, Trinitario, Venancia, Zósima…

Es verdad que el hábito no hace al monje. Y el nombre, menos. Pero en su conjunto, y no de forma determinante, claro, conforman algunos rasgos generacionales. Indican, por una parte, que hay una generación que está desapareciendo. Seguramente el dominio de nuevos nombres advertirá de la aparición en el horizonte de nuevos usos, costumbres y modas, posiblemente en algún caso marcado por el afán de original exclusividad. Sea como fuere, hay un silencio curioso en las esquelas que nos pueden permitir sacar muchas conclusiones, aunque no dejen de ser una simple curiosidad, al margen de la información.

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