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León

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Ahora nos rasgamos las vestiduras. Con el argumento del voto perdido. Ahora llega el puñetazo en la mesa. Cuando se ha perdido lo anhelado. Ahora, tras meses de exigencias que han seguido a años de súplicas que son la herencia del dejar hacer de décadas. Ahora que quizá ya el asunto tenga microscópicas posibilidades de solución. Ahora, tal vez, sea demasiado tarde.

Tarde para las soluciones, pero nunca para perder la dignidad. Y no hablo, desde luego, de las cuencas ni de los mineros. Utilizar en este momento el histórico despropósito del carbón para pulir cuitas de intereses políticos y aspiraciones o renuncias personales no puede ser interpretado más que como otro insulto a las miles de familias que llevan años siendo vapuleadas por gobiernos, multinacionales, medianas empresas, sindicatos y todo pichirri que se apunta al morbo minero para sacar tajada.

Porque al final (que parece que es donde estamos) el marketing de la mina ha sido durante décadas rentable para todos, menos para los que penden exclusivamente del hilo del jornal carbonero. Lobbies que tiran de gobiernos que pellizcan a empresas que anillan los cuellos de sus trabajadores. ¿Resultado? Mediáticas movilizaciones a cara tapada y volador para alimentar la saturada pupila de un público que sólo atiende al espectáculo hollywoodiense.

En las minas leonesas hay mucha lucha obrera. Mucho héroe convencido a cara tapada. Mucha lucha anónima, cada vez más acogotada entre leyes mordaza, condenas y amenazas empresariales. Sigue habiéndola, y tiene mérito porque a los tiempos que corren se pega una lapa de desesperanza que embadurna al espíritu reivindicativo más templado.

También entre los significados líderes mineros cabe un ejercicio de humildad. La arrogancia y soberbia que hoy se le achaca al Soria canario ha teñido a veces actitudes amparadas en el respaldo de mineros que tienen hoy el futuro de sus familias en el aire. Porque en el discurso político, pero también en el sindical, se ha dado en ocasiones aquello contra lo que advirtió el filósofo, de que a quien le faltan músculos en los brazos le sobran en la lengua.

Pero generalizar es muy peligroso. Lejos de los despachos, a pie de mina, son gran mayoría los responsables sindicales cuyo compromiso no tiene fisuras. Romper su esfuerzo de unidad es lo que menos necesitan ahora los mineros. Exigencia, compromiso. Pero respaldo. El puñetazo, aunque sea el último, sólo puede llegar de quien porta la lámpara.

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