Diario de León
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césar gavela
León

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E nrique Gil y Carrasco siempre fue de la Ponferradina y hoy estará de pie en la zona alta de preferencia contemplando el partido y, a la vez, mirando un poco el Bierzo: lo que asoma por encima de la tribuna y los fondos. Muy especialmente el monte Pajariel, el que tanto recorrió y quiso. También alcanzará a ver la cumbre de la Aquiana, el pico sagrado del escritor, y de su personaje don Álvaro Yánez, a partes iguales. Y mirará el partido, naturalmente, que por algo don Enrique está siempre al tanto de los resultados de la Ponfe. ¿Cómo no iba a estarlo? Y con sus ojos azules bien atentos, esperará la victoria de los blanquiazules. Luego mirará el color del cielo berciano en la tarde de junio. Que de eso sabe mucho Gil y Carrasco y no olvidó nada.

En El Toralín hoy habrá muchas más personas invitadas por el tiempo y la memoria. Venidos de lejos y, a la vez, sin haberse ido nunca del todo de aquí. Como aquel señor serio, calvo y alto que yo admiraba mucho porque era nada menos que el presidente de la Ponferradina de mi infancia, don Feliciano González Argárate, que tenía una tienda de bombillas en la avenida de la Puebla.

En la grada, también, unos hermanos de pelo blanco, cincuentones y muy ocurrentes, que competían en bromas e ironías en el campo de Santa Marta hace ya más de cuarenta años. Hoy estarán en el Toralín, tan zumbones como siempre.

Y mi tío José Rodríguez Gavela, que casi nunca decía nada en la vida cotidiana por haber descubierto a su aire el don de la inexistencia, pero que daba grandes voces de gozo cuando la Deportiva marcaba un gol en aquellas ligas de tercera en que los grandes rivales eran la Cultural Leonesa y el Europa Delicias de Valladolid. Allí también unas señoras entusiastas que venían de un pueblo, y muchos curas, que entonces iban al estadio en sotana. Y las chicas guapas de los partidos primaverales, con sus minifaldas sesenteras, compartiendo fila con gentes de tabaco y lejanía. Hombrones que murieron hace mucho, algunos huidos de los crímenes de Stalin y otros de los de Hitler, que de todo había. Y en la grada el fotógrafo Fernando que ofrecía cada lunes en su negocio una bella colección de fotos en blanco y negro del partido de la víspera: fotos neorrealistas de esfuerzo y sudor, a menudo de barro y lluvia. Y estarán también los que nunca fueron al fútbol, acaso porque ignoran lo que dijo el gran escritor Albert Camus sobre este deporte, él, que había sido también futbolista en Argel: «Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol».

En la grada estarán todos los que jugaron en la Ponferradina. Y un niño que en 1962 se estrenó como espectador en un partido contra el Club Deportivo La Bañeza. Y todos conjurados para no decir las palabras Leganés o Zaragoza. Solo para soñar.

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