Diario de León

LEÓN EN VERSO

Pasta por la cara

León

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H ace ya veinte años que tipos listos vaticinaron que la expansión de la ciudad de León era demasiado pretenciosa por las posibilidades económicas del entorno, con ese tejido industrial imperceptible, sus privilegiados aislados en los castilletes que se construyeron en el centro, las comarcas mineras cosidas a navajazos y envueltas en hemorragias que aún no han remitido y el campo expuesto al desprestigio y políticas activas de abandono. Tampoco se podía contestar con demasiada certeza al de qué vive León , eterna pregunta de forasteros, directores generales o jefes de servicios cuando piden destino en una capital que se pierde la mitad de posibilidades empeñada en vivir de espaldas a su provincia. Por eso, entre otras cosas, se hizo imposible el aserto zapaterista de que León podría ser lo que quisiera. Como Navarra. Demasiada expectativa la de llegar al Polvorín con los inmuebles de siete alturas y mucho más descabellada la repoblación del oeste, sobre ese praderío a través del que está diseñada la prolongación de Ordoño II hasta el obelisco de La Virgen del Camino, en plan New York-New Jersey, con boulevar señorial flanqueado por un sky line de edificios de viviendas simétrico. Hace ya dos décadas que sociólogos sin otra acreditación que el empeño de la observación y la sabiduría que da la experiencia de ver amanecer todos los días del estío y anochecer cuando los patos surcan el cielo leonés en busca de la primavera de los lagos del norte, avisaron de que la PAC, un placebo del Felipismo prematuro para disimular el cierre de 30.000 explotaciones lácteas y otras tantas lápidas sobre viviendas y sus habitantes, no era suficiente para pagar tantos pisos por Eras, cuando Eras era erial y la avenida Peregrinos se limitaba al trazo de la ruta jacobea. Por si había titubeos ante la recesión del paisaje urbano, acude el Fega a sacar de dudas a los recelosos. El Fega no pasa de ser un organismo más en un estado mastodóntico que dilapida en estructuras burocráticas la mitad de los recursos que le hacen falta a la gente para comer; pero que contiene verdades irrefutables. La PAC —dinero que envía Bruselas, no Valladolid— le cuesta a los contribuyentes europeos, a cada uno de ellos, dos euros a la semana. Un kilo de manzanas. Con esas apreturas, ya podrán explicar a santo de qué le ingresa 8.000 euros al año a un paisano jubilado. Gratis. Por la PAC. Que lo expliquen.

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