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León

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Cuenta el maestro Manuel Carlos Cachafeiro que en una corrida en la plaza de Las Ventas presenció la mayor demostración de amor a un ídolo. Toreaba Curro Romero. Después de dos faenas para olvidar, el diestro se llenó de torería para hacer el paseíllo, entre la lluvia de abucheos del mismo público que se había congregado para adorarle. Embocaba ya el portón de salida cuando uno de sus aficionados más devotos se levantó entre el resto y, al borde de las lágrimas, le reprochó toda su admiración a la cara, abochornado por la vergüenza de tener que arrojarle también la almohadilla como un crítico cualquiera del tendido 7: «Curro, que me hagas esto a mí, hijo de la gran puta».

La libertad de expresión tiene estos juicios sumarísimos. A veces se esconden en un amor irracional e íntimo, como un natural inspirado de Curro Romero, y otras se arraman como el balido de un rebaño en procesión, sin que la tercera oveja recuerde bien por qué lanzó el mensaje al viento el primer carnero de la fila. Una muestra de gregarismo borreguil que lo mismo sirve para dar contexto a la pitada al himno nacional en la final de la Copa del Rey, convertida en un audímetro para saber si vascos o catalanes salían antes a la carrera de lo único que les da sentido, que para el abucheo a Gerard Piqué en el partido de la selección española que esta semana puso en los telediarios y las noticias internacionales a León. Dos demostraciones de imbecilidad colectiva. Se puede pitar el himno nacional y se puede pitar a un jugador de la selección, como se puede mear contra el viento.

No vale esa bobada de que el publico es soberano, salvo que tenga una copa de brandy entre los dedos. El público es sobre todo masa y, como tal, instrumento útil para quienes sacan tajada de embriscar el perro del enfrentamiento político en cualquier campo. Un terreno abonado en el fútbol por los mediocres, que son los que olvidan los valores del deporte y lo enfangan todo con sus prejuicios y sus estigmas, los que después se echan las manos a la cabeza cuando las peleas entre hinchas acaban en el tanatorio y los que insultan desde la grada al árbitro de un partido de benjamines. No tiene sentido pitar a Piqué. Da igual que fuera por hacer una broma a Ronaldo con un cantante de reggaeton -lo que ya tiene delito en sí mismo-, por defender que se siente catalán sin dejar de jugar con España o por ser simplemente un ciruelo. Si eso que le piten en casa, que aquí no tenemos almohadillas para tirarle aunque nos haya hecho esto.

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