LA GAVETA
La provincia feliz
L os políticos trabajan para la felicidad de las personas. Decir esto suena un poco extraño, porque parece que su objetivo está más relacionado con las infraestructuras o con las prestaciones sanitarias, sociales o educativas. Pero estamos en otros tiempos, hay que ir más lejos. Sin dejar de admitir que todavía nos faltan algunas obras públicas importantes. Como la autovía de Orense. También en el plano ferroviario.
Si uno se da una vuelta por Escandinavia, -por hablar de una de las mejores zonas del planeta- se da cuenta de que esos lujos enormes de AVEs y de autopistas a todas partes no existen allí con la profusión y modernidad que caracteriza a España; y no solo por razones demográficas. Y es que tal vez ya no es tan urgente el constante “estado de obras”. O, mejor dicho, acaso esas inversiones deban hacerse también con otros criterios. Lo que enlaza con la felicidad; con el cumplimiento de las personas en sus anhelos y sus empeños cívicos y solidarios. Llegados a ese punto, surge un inagotable abanico de iniciativas. Apertura de vías verdes, recuperación de monumentos, o construir accesos a lugares tan originales como las minas de la Peña do Seo, por ejemplo. La situación de Lancia, muy especialmente, también debería ser objeto de un esfuerzo económico grande.
Aparte de las inversiones están los gastos corrientes, sobre todo aquellos que enriquecen el espíritu de los ciudadanos. Y por supuesto, todo lo relacionado con el libro, primera arma de la cultura, el objeto sagrado de la libertad. Ya se hace bastante, pero tiene que hacerse mucho más. Porque ahí el dinero público encuentra su destino más humanista y fecundo. Cuanta más música, más teatro o más artes plásticas, más conocimiento. Y cuanto más conocimiento, más felicidad. Saber mejor quién somos, y compartir lo que descubrimos con otras personas. O vivirlo en soledad en ocasiones, si así nos apetece.
Los nuevos alcaldes y concejales deberían ser más sensibles a los nuevos tiempos; salirse un poco de los cauces de lo habitual. Mirar con otra grandeza. No solo de pan, aceras, policías y fiestas patronales vive el votante. Hace falta esa última generación del quehacer público que gira en torno a la inteligencia, el civismo y la belleza. Tras casi cuarenta años de inmensa transformación física provincial gracias a tantos equipamientos públicos, estamos ahora en la mejor atalaya para abrir otros escenarios. Para trabajar por una tierra más cordial aún, más profunda y sencilla a partir de nuestra extraordinaria geografía. Tan vasta, tan diferenciada, tan misteriosa a veces. Ojalá las nuevas corporaciones no solo piensen en asuntos vicarios, por otra parte ineludibles, y sepan ir más allá. Con imaginación. Porque con muy poco dinero, se puede hacer mucho. Lograr una provincia de León que sea una fiesta de la luz en cada esquina.