Diario de León

MARINERO DE RÍO

Pitos y patadas

Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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A unque la historia del fútbol no es precisamente parca en imágenes estremecedoras, ningunas como las que acabó deparando aquel partido del 13 de mayo de 1990 entre el Dínamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado, un encuentro que acabó prendiendo la mecha de toda una guerra, la más feroz y sanguinaria de las soportadas en Europa tras el cataclismo nazi. Porque la trampa yugoslava, con todo su cortejo de bestialidades étnicas y crímenes monstruosos, no dio comienzo en marzo de 1992 sino casi exactamente en el mismo momento en que los jugadores de los equipos que representaban a las dos principales ciudades de la federación pisaron la hierba del estadio Maksimir de Zagreb. Si aún hay alguien empeñado en restar importancia al balompié como termómetro de las irracionalidades sociológicas, de los impulsos más sordos y broncos de la masa, le invito a que contemple –hay vídeos terribles en Internet- las escenas de aquella tarde tiznada de odio. Los pitidos. Los abucheos. Los cánticos e himnos. Las banderas y las pancartas rotuladas de mensajes amenazantes («¡Zagreb es Serbia!», venían rugiendo en el tren los 3.000 hinchas del Estrella Roja) y, una vez que sonó el silbato como un tiro, las carreras por las gradas, los asientos voladores, las patadas y palizas salvajes, las cuchilladas, los gases lacrimógenos… un caos brutal iluminado por el rojo fulgor de las bengalas.

Las imágenes ponen los pelos de punta y resulta curioso que esos planos le hagan a uno comprender las agrias raíces de aquel rencor con infinito mayor escalofrío que decenas de titulares de prensa o piezas de telediario: estamos insensibilizados por completo ante secuencias de tanques y bombardeos, de casas ardiendo y hasta de cadáveres alfombrando las avenidas, pero no ante la estampa de un jugador como Zvonimir Boban, capitán del Dínamo, atacando a un policía con una patada voladora.

Mucho cuidado, pues, con los pitos, las patadas y el griterío banderizo de los gallineros, porque ahí burbujea la bilis que luego pasará al callejón, a la política o —demonios, no—, a la trinchera. Luego no nos hagamos los sorprendidos en un país que entra en parálisis los domingos por la tarde.

Por cierto, de aquel partido no llegó a jugarse un solo minuto.

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