Diario de León

LA VELETA

Robespierre no era de Podemos

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H ay personas insignificantes, con un podrido sentido del humor y una excesivamente alta opinión de sí mismas, que estos días, supongo que encantadas, se ven en los titulares de los periódicos: quién se lo iba a decir a ellos. La contribución al progreso de la humanidad que tales personas han hecho se centra en la publicación de algunos ‘tuits’ insultantes, del peor gusto, sin el menor talento.

He mantenido algunas controversias en radios y televisiones con ciertos compañeros, empeñados en ver que esos casos —aislados—, así como algunas manifestaciones callejeras energuménicas contra representantes municipales del PP o de Ciudadanos, significan el comienzo de algo así como la «batasunización de España», y el «suicidio» del país. Creo que la calma es la medicina adecuada a la actual situación de cambio, en la que se producen conductas locas o lerdas —en muchos ánimos frustrados anida siempre el guillotinador vocacional Robespierre, que, por cierto, creo que no era de Podemos— producidas por individuos cuyo fracaso en la vida les lleva al ánimo de venganza. Así traté de explicárselo a la por otra parte gran persona Begoña Villacís, la candidata de Ciudadanos a la alcaldía de Madrid, contra quien se dirigió el pasado sábado el clamor maleducado de la masa. «También se lanzaron contra la Pantoja, o contra cualquiera capaz de ser el pararrayos de su odio», le dije, intentando subrayar que las bajas pasiones estallan tantas veces al calor del anonimato, de las hordas desatadas, que hoy vitorean a Fernando VII y mañana le lanzan piedras. Apenas conseguí otra cosa que algún ‘tuitero’ me recriminase, en tono insultante, por comparar a la señora Villacís con la mencionada cantante (¿?) y, de paso, por ser «cómplice» de Podemos o de sus ‘compinches’ socialistas.

Creo que los dirigentes de esas formaciones emergentes deberían tratar de no echar leña al fuego. De la misma manera que pienso que evocar cosas sucedidas en 1936, agitando el fantasma del pánico al ‘frente popular’ que teóricamente se nos echa encima, situar a ‘esta’ España al nivel de ‘esa’ Grecia, no lleva sino a que algún periódico europeo, nunca demasiado bien intencionado hacia nuestro país, fabrique titulares escandalosos: ‘España, entre Mariano Rajoy y Pablo Iglesias’.

Lo importante estriba en saber hasta dónde el hombre que tiene la responsabilidad a la hora de infundir al país y seguridad, está dispuesto a llegar. Sí, Rajoy es quien, con mano tranquila y firmísima, debe capitanear el cambio, porque le corresponde. Y no lo hará si mantiene que es preciso que cambie lo mínimo. Mientras, que viva la locura de las redes sociales, si algunos no encuentran okupación menos absurda que zarandear a todo lo que se mueve, en la España de la derecha y en la España de la izquierda. Dos Españas que se encuentran en lo vociferante. País...

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