La opinión del lector
Agradecimiento a los ángeles de la guarda de la E.I. Parque de los Reyes
H ace casi tres años, unos pequeños indefensos, mimosos y tiernos llegaron a la E.I. Parque de los Reyes, con los mismos miedos que sus padres, con llantos contenidos, con incertidumbre resignada. Llegaron a esas aulas de colores, llenas de juguetes y de ilusión. Aulas llenas de futuro aprendizaje y desarrollo, de cuentos y de lágrimas, de autonomía y emoción. Su referencia fueron siempre cuatro técnicos, que con sus batas blancas de llamativos botones, de brazos abiertos, de palabras sinceras, de mejillas llenas de besos, de manos dispuestas a ayudar estaban allí para sostener alientos e impulsar victorias. Llegaron gateando y les levantaron, lloraban con chupete y les enseñaron a calmarse, sustituyeron su biberón por la cuchara, la papilla por comida de adultos, llegaron con pañal de talla pequeña y se van siendo autónomos, orgullosos de los éxitos conseguidos.
Han sido años de lucha a pequeña escala, de superación personal. Una caída significaba levantarse, un tropiezo un aprendizaje. Y en ese largo, pero pequeño camino, encontraron cuatro ángeles que les guiaron, cuatro ángeles con cuatro nombres Magdalena, Veli, Patri y Ana.
Estos cuatro ángeles han sido capaces de querer por igual a 60 niños pequeños, mocosos y torpes, pero han tenido la satisfacción de ser testigos de sus logros y de haberse hecho un hueco en sus pequeños corazones. Una vez escuchamos a uno de esos ángeles preguntar: ¿Quién en su trabajo tiene 20 abrazos y 20 besos antes de entrar? ¿Quién en su trabajo es testigo de un logro diario, de una sonrisa perpetua o de una lágrima sincera? ¿Quién en su trabajo recibe más amor, más cariño y más ternura por el simple hecho de abrir los brazos? Sólo ellas, esa suerte tienen y esa suerte tendrán otros niños que indefensos llegaran a esas aulas de colores. Unos ángeles que cuando colgaban la bata blanca de alegres botones se dedicaban hacer velas con abejas para el día de la madre o muñecos de papel para el día del padre. Donde llegaban a su casa y lamentaban no haber dado más besos a esa pequeña herida. Donde disculparse no era perder una batalla, sino un modelo de comprensión, compasión, aprendizaje y explicación. Donde los cumpleaños de cada uno se celebraban con coronas hechas a mano y cuelgas de canciones. Donde cada ausencia por enfermedad era una preocupación más para ellas en su vida cotidiana.
Ángeles que no siempre lo han tenido fácil porque un mundo de pequeños tiene injerencias de mayores, no siempre explicables, no siempre justas, donde la burocracia no entiende que en un mundo de pequeños la máxima preocupación debería ser que no se repita esa pequeña pelea o que mañana consigan sentarse solos en una silla a comer con cuchara, sin mancharse.
Gracias a esos ángeles, nuestros pequeños saltan a los colegios de mayores, preparados para emprender nuevos retos y nuevas aventuras, nuevos tiempos con base sólida. Se van graduados de colores amarillos, azules y rojos. Se van con casi tres años sabiendo significados de palabras tan importantes como comprensión, disciplina, compartir, perdonar, querer, admirar, aprender… palabras que llevarán fijas en su vida: amistad, tesón, superación. Y todo eso, gracias a cuatro ángeles de batas blancas que han guardado bajo sus alas a nuestros pequeños, a nuestras vidas, a nuestro más preciado tesoro y que les han dado la mejor custodia que han podido tener.
Gracias a las cuatro. Gracias por vuestros besos, vuestros desvelos y mimos y enhorabuena por pasar a formar parte del corazón de nuestros hijos.