Diario de León
León

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Dan ganas de no perderse la próxima tormenta, grabarla y esconderla en la nube, que quede ahí, a prueba de sabuesos de twit revenidos, para que los biznietos de la próxima generación tengan constancia algún día de cómo eran los veranos de aquí, so pena de que los agoreros acierten con el pronóstico apocalíptico del fin de los tiempos del tiempo que conocemos; veranos de canícula e inviernos de carámbanos. Lo que viene a resumir el leonés con acierto en ese sintético puto calor y puto frío que comparte con la de tren (AVE, próximamente) en las tres estaciones de esta tierra de promisión. Habrá que conservar en un fondo filmográfico las descargas torrenciales que no bastan para sofocar el asfalto abrasador para no privar a los niños del futuro de realidades certeras, y mientras acuden al colegio en un escenario desértico y yermo que sepan que años atrás la tierra que pisan fue un vergel frondoso, donde acudían por San Juan las leonas del circo a parir cachorros albinos, con 36 grados a la sombra y un setenta por ciento de humedad relativa. No se queden los habitantes del futuro de este lugar como los adolescentes de ahora, ahogados por las medias verdades que impone el creacionismo tardío de la civilización del estado autonómico, y piensen que todo empezó en 1521 y desde entonces el apellido troncal era Padilla, y saber de Lancia porque es marca de alta gama en turismos italianos en vez de encontrarla en los contenidos curriculares de quinto de primaria; y creer que los Astures son un dulce carbayón porque alguien decidió que no era bueno que supieran que hubo vida antes del Cid y veranos abrasadores para secar el sedimento de las crecidas del Esla y armar una civilización ahí, una capital del noroeste peninsular donde ahora llaman Villasabariego. Puestos a contar veranos asfixiantes, podrían incluir también aquellos incandescentes de la altiplanicie de Camposagrado, cuando Almanzor rindió armas ante el ardor de las tropas de Pelayo, que de acuerdo al carácter optimista que bulle en el terruño abandonarían la contienda seguros de que no tendrían más estíos por delante. Y los hubo. El último, que también agita meninges y manías persecutorias de dementes y acosadores, cargado de paradojas, para cumplir con la tradición de atribulaciones del leonés de a pie, que entre el bochorno espera sentado las indemnizaciones por una nevada en enero.

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