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Publicado por
josé l. suárez roca
León

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Y o hablaría de la ciudad que nos va sucediendo, esta ciudad derrapando hacia qué cielos/suelos del porvenir: esos pedazos postindustriales de Cuatrovientos en crisis permanente, los raperos del ferrocarril bailando la contrapasión de los chicos mayores que tendrán que marchar, el relumbre de los geranios que aún trabajan en Flores del Sil, las depresiones que caen de los tilos de la calle Ancha, las frutas y canciones que no se venden en la plaza de Abastos, las merceras del casco antiguo que silban al mediodía contra las patrañas municipales,

hablaría, claro está, de la argentina que tras la barra del gastrobar toca el infinito de Borges, y el puente de los Faraones ahogándose en las imaginaciones de los gitanos, las rendijas siniestras de los comercios de la avenida de la Puebla, esos patios ahumados del barrio de la Placa donde nunca llueve, las madres concepcionistas que dan cuerda a la calle del Reloj, los discursos antirracistas de las calles del Hierro y del Wólfram, los pájaros que barren las podredumbres del parque del Plantío,

de todo lo que en ella late de malestar y rebeldía, esta ciudad con sus agujeros neocatólicos y neomasónicos, con sus asambleas de gatas mulatas en el parque del Temple, y las políticas populares y socialistas que hacen aguas al chocar contra los bárbaros de la periferia, esos barrios que perrean contra el sur, los vértigos de la tienda donde compro el pan, la triste historia del taller de bicicletas que a partir del lunes descansará en el cementerio de los talleres de bicicletas,

porque al fin y al cabo uno escribe para que no nos desahucien la ciudad esos cabrones, ya me entienden, para que no se descuarticen esos rincones donde aún respira la poesía, escribe uno y seguirá escribiendo porque no queda más remedio que sacar el revólver de la lengua y disparar, desde este café lleno de gritos, nubes y literatura frente al mar, desde este café de Enrique Gil, enormísimo romántico, peregrino del río Rin que fue, y al anochecer del estío será esta ciudad (pongamos que hablaría de Ponferrada) un largo y cálido sueño faulkneriano, y vuestro barrio y el mío, amables lectores, a esa hora en que cae el sol por sus tabernas y azoteas, será un inmenso poema social.