EL RINCÓN
Perdonen, pero no hay perdón
L o que llamamos Europa, que alguien nacido en este rabo por desollar llamó «vistosa cara del mundo», se puede quedar en menos. No sabemos perdonar a nuestros acreedores históricos, del mismo modo que ellos no nos perdonan a nosotros, pero lo peor son las prisas, siempre incompatibles con la elegancia, salvo en el atletismo. Los griegos le han echado mucha cara, pero ahora les ha llegado la cruz y nadie está dispuesto a arrimar el hombro para hacer más liviana su carga, ya que todo calvario agrupa sus etapas reinas en los tramos finales, que se disputan en Bruselas. Cuestión de precios, que ya hemos aprendido a distinguir el valor.
Nadie puede levantar cabeza si tiene todo el cuerpo fuera y la desconfianza de Tsipras ha llegado a ser unánime en todos los países, incluso en los que insisten en no tener nada que ver con sus vecinos, aunque desde sus balcones a la calle puedan asomarse al mismo derrumbamiento. ¡Qué gran presidente sería este mendicante líder si tuviera algo que dar, en vez de pedir a todos! No solo le exigen que cumpla sus severos planes de ajuste, sino que le conminan a que lo haga deprisa y corriendo, que para luego es tarde y para después puede ser nunca
Nadie se acuerda de los acuerdos que se toman en las largas sobremesas hasta que llega la hora del desayuno, a la mañana siguiente, y Europa, que dicen que somos todos, está obligando al insensato país fundacional a nuevos recortes. Ya son tantos que puede quedarse en nada y verse en el trance de empeñar las tijeras. Los hombres se mueren y no son felices, que decía el Calígula de Albert Camus como resumen del mundo, pero las naciones fallecen sin decir nada aunque resuciten con el mismo nombre. Ahora Europa se está poniendo de acuerdo con Grecia para asistir a su entierro vestida para la ocasión. En los funerales no conviene desentonar y lo mejor es poner cara de compungidos y acompañar a los deudos en su sentimiento, que siempre es más fácil que acompañarlos en sus deudas.