El desolador balance de los incendios hace necesaria toda la colaboración
Aunque en la memoria colectiva de la provincia —y en el paisaje— permanecerá durante mucho tiempo lo ocurrido en agosto de hace casi tres años en las inmediaciones de Tabuyo, tampoco olvidarán fácilmente los leoneses este julio que acaba de terminar, no sólo por el fuerte calor, sino también por las consecuencias de ese fenómemo y otras incalificacables acciones humanas sobre el medio ambiente. León despide el mes con el balance de al menos 4.260 hectáreas quemadas —todavía queda algún pequeño incendio sin perimetrar—, lo que supone casi el triple que en todo 2014, un año anormalmente benigno en este sentido, y nos sitúa en las mismas cifras que todo 2013, por poner una referencia válida.
Al margen de la polémica coordinación y actuación de los medios en el caso del de Quintana del Castillo — 2.600 hectáreas calcinadas en once días de actividad después de darse por controlado apenas 24 horas después de su detección—, a estas alturas no hay duda sobre la mano que estuvo detrás probablemente en este caso y sin duda ninguna, al menos para los vecinos, en los de Vega de Espinareda y el más pequeño de Omañón, en Omaña, donde el alcalde de Riello lo atribuye directamente a la voluntad de alguien para que el vecino que se beneficia de los pastos tenga que dejar de hacerlo.
En el caso de Espinareda, la imagen de desolación de un hombre ante el esqueleto todavía humeante de un castaño centenario es especialmente dolorosa para cualquiera que no sea un pirómano —sujeto que se siente atraído por la generación y propagación del fuego y que desde la sicología es considerado un enfermo porque lo hace sin otra finalidad— o un incendiario —el que lo prende para obtener un beneficio concreto o generar un perjuicio a otra persona—, y en ambos casos es necesaria toda la colaboración para evitar desastres económicos y medioambientales como los sufridos en esos casos y en Pobladura de la Sierra.
Es sabido que casi el 95% de los incendios son evitables porque en su origen está la mano del hombre movido por sus particulares intereses o sus obsesiones. No se trata en estos casos de enfermos, sino de autores de un delito incapaces de ver que más allá de los propios están los intereses de todos los demás y los del medio ambiente, un legado de enorme valor como para ser abrasado por la inconsciencia y la irresponsabilidad. La Justicia debe ser inmisericorde con todos aquellos que no sólo queman el medio ambiente, sino también la paciencia de todos y su propia conciencia.