Diario de León
Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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E sta tarde, a la despedida del sol, los vecinos de Peñalba de Santiago rememoran la entrega de la cruz de azófar por el rey Ramiro II a su comunidad monástica, en una representación histórica que implica a todo el vecindario. Aquella cruz, dornada con pedrería falsa, se exhibe en el museo de León. La fiesta es un reclamo ineludible para volver a uno de los lugares más hermosos de nuestra geografía.

Peñalba tiene el encanto de los pueblos terminales, a los que es preciso acercarse, porque no son tránsito hacia ninguna parte. Quienes llegan hasta allí lo hacen sabiendo qué buscan y después de superar un recorrido peliagudo. La dificultad despeja mucho la concurrencia y contribuye a proteger el silencio que da nombre al valle. Una carretera de trazado mular, por la que es preciso conducirse con todas las precauciones, nos acerca desde el bullicio de Ponferrada al valle del Oza, en el que el esplendor del paisaje enmarca la singularidad de varios monumentos sorprendentes. Pasado el teso de San Lorenzo, con sus lomas verdeadas de majuelos, el camino se precipita en el cuenco de Valdueza. Desde San Esteban un desvío conduce a una de la atalayas míticas del Bierzo. La carretera se aparta del Oza y pasa cerca de Santa Lucía para desembocar en el Campo de las Danzas. A partir de aquí, la pista trepa por la ladera de la Aquiana, en cuya cumbre se encuentran los restos de una ermita. Es este un territorio poseído por las evocaciones de Gil y Carrasco y por el eco primitivo de las danzas rituales de fecundidad.

El caserío de Peñalba se abraza en torno a la iglesia, una de las joyas sobresalientes del arte medieval español. Santiago de Peñalba fue una de las fundaciones monásticas de San Genadio, quien dimitió del obispado de Astorga para deleitarse en estas soledades. Según los expertos, la iglesia corresponde a dos etapas constructivas, siendo el oratorio de los primeros años del siglo X. El ámbito funerario, que corresponde al ábside actual, se levantaría a partir del 936, para albergar los restos de Genadio, cuya fama de santidad movió las donaciones reales. La patena y el cáliz de aquel legado volaron al museo parisino del Louvre.

La portada de dos arcos de herradura sobre columnas de mármol rematadas por capiteles de acanto es uno de los iconos que se graban en la memoria para no olvidarse nunca. Pero el interior estaba hecho unas trazas. La reciente restauración, que dio una vuelta al conjunto del edificio, eliminó los revocos que ocultaban las pinturas murales. Ahora lucen en todo su esplendor. Desde la iglesia desciende un camino que cruza el Oza y tras un leve giro emboca el Valle del Silencio. Siguiendo la senda se asciende hasta la Cueva de San Genadio, abierta en una oquedad de la roca.

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