AL DÍA
Fanatismos con caducidad
Q ué equivocados estábamos unos años atrás cuando alguien escribió que la historia había llegado a su final y nosotros nos creíamos que los fanatismos, que siempre habían sido un azote para la humanidad, habían agotado su fecha de caducidad. Nada más incierto, como estamos viendo a diario, y menos probable según anticipan las realidades que se sufren en otros lugares, lejanos por suerte pero no por ello merecedores de ser contempladas encogidos de hombros
Actualmente el auge de los fanatismos sangrientos está localizado en el mundo islámico, en los límites de una religión que si bien es verdad que no exhibe una tradición especialmente pacifista, tampoco puede decirse que en sus dogmas, propugne la violencia ni el asesinato, como está ocurriendo en el Daesh —o Estado Islámico (EI) como intentan que les reconozcamos—, donde exhibir decapitaciones y otras barbaridades está a la orden del día
Las ventajas de vivir en paz no calan entre los seres humanos. Con el final de la guerra fría y el fracaso de las ideologías marxistas, los enfrentamientos por diferencias ideológicas han descendido, aunque lamentablemente sobreviven por otros motivos, a menudo raciales, identitarias y sobre todo, religiosos Los fanatismos religiosos, resucitados por Al-Qaida, han tomado el relevo con fuerza de los ideológicos y en esa mezcla fatídica de terrorismo y odio ya han ensangrentado con muchos miles de víctimas la imagen del joven siglo XXI.
Lo peor del fanatismo cuenta con un respaldo entre gente de apariencia normal que es imposible imaginar defendiendo semejante desquicio mental colectivo. Pero así es y ejemplos no faltan a diario. En una playa de la moderna y rebosante de lujos de Dubái (Emiratos Arabes Unidos), uno de los lugares de moda, se produjo esta semana un drama muy revelador de hasta qué extremos llega el desprecio a la vida por aferrarse fanáticamente a unas creencias y tabúes fuera del mundo islámico ya inconcebibles. Una joven de veinte años que se estaba bañando vestida se encontró en apuros encorsetada en la ropa y envuelta entre las olas, y su padre, que la vigilaba de cerca la dejó ahogarse antes de que un socorrista que acudió en su auxilio la tocase físicamente. El drama lo protagonizó una familia para muchos normal y no en una aldea perdida en las montañas afganas.