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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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C iudades tan hermosas como León, poblada por sombras de épocas muy pretéritas, está compuesta por las almas de quienes la habitaron en algún momento de su larguísima trayectoria histórica. Y las calles, por simple definición, pertenecen a las gentes y también a los grandes protagonistas que figuran en sus rótulos. En esta santa casa que es el Diario de León, y por razones perfectamente comprensibles, sentimos una especial querencia hacia la persona de don Antonio González de Lama, sacerdote y erudito que fue durante décadas director del periódico, cofundador de la revista «Espadaña» y presidente de la Asociación de la Prensa de León. Los últimos años de su vida los pasó en una casita ubicada en un enclave con tanto postín como Puerta Obispo, justo en la parte trasera de esa maciza fortaleza de fe que es la Catedral.

Un espacio urbano que parece hablarnos entre susurros de otra época muy anterior, de un tiempo significado por su aroma clásico y un gratificante sabor arcaico. Pues bien, me comenta mi amigo Casimiro Bodelón, gran conocedor y entusiasta de todo lo leonés, que la vivienda de don Antonio ha desaparecido en aras de una presumible y futura reforma, y con ella la lápida que recordaba memorísticamente a su respetable persona. Lo normal es que una vez rehabilitado el edificio la placa regrese a su lugar primigenio, pero como la primera regla en esta vida consiste en no dar nada por sentado y además nos han quitado hasta la camisa, pide él y ruego yo que la placa no se pierda para siempre entre las brumas del baúl del olvido. Lo mismo que ocurrió, por poner un ejemplo esclarecedor, con la que señalaba la situación del hospicio fundado por el obispo Cuadrillero, allá frente al jardín de San Francisco. A quien corresponda, pues, que León no renuncie por simple apatía a otra joyita de su entramado urbano.

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