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Publicado por
Andrés Aberasturi
León

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H emos sido testigos casi incrédulos de los sucesos de este agosto porque nuestra razón —no digamos ya nuestra conciencia— se niega a admitir que ciertas cosas no sólo puedan pasar sino que pasen y se repitan con la frecuencia inusitada de este verano. «¿Quién puede matar a un niño?» titulaba Chicho Ibáñez Serrador una película suya basada en un novela de Juan José Plans: un título mil veces utilizado en posteriores crónicas y columnas. Pues esta es una más porque la respuesta nos sigue pareciendo imposible; pero nos topamos con realidades que nos desmienten y nos abruman: niños echados en contenedores de basura, niños degollados por su madre en el altar de un cementerio, niños abandonados que se salvan porque alguien oye su penúltimo gemido y llega a tiempo. ¿Quién puede matar a un niño? Por lo visto más gente de la que nosotros podemos creer.

Hablan, claro, de depresiones, de trastornos psiquiátricos pero no sé si me valen —aunque las tenga que aceptar— esas razones y hasta me compadezco de los autores de esos crímenes. Pero no sé si me parece suficiente.

Y hablo de sucesos terribles y cercanos ocurridos en España en estos últimos meses. Pero sin explicaciones o justificaciones psiquiátricas, qué decir de esos niños que llegan —los que llegan— en las pateras huyendo del terror y que según las ONG son cada vez más pequeños y van cada vez más solos. Sabemos el número de los que viven pero jamás llegaremos a saber cuántos han muerto en el intento.

¿Quién puede matar a un niño? No tengo respuesta pero tal vez sí sepa quién puede evitar muchas de esas muertes: nosotros, así de fácil. Costara lo que costara había que salvar al soldado Ryan, claro que sí. Pero quién se preocupa por salvar a tanto niño sirio, palestino, africano. Si fuéramos capaces de reflexionar en qué mundo estamos viviendo, la respuesta a la pregunta con la que titulaba Chicho su película sería escalofriante: ¿Quién puede matar a un niño? Nosotros todos.