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PEDRO TRAPIELLO
León

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F rente a una tapia sin orejas no te pongas a dar razones.

Así que achantarás y desde ahora llamarás al perro «perru». Dícelu el que nos salva la patria lingüística.

Pero en tierras leonesas al perro se le llamó siempre perro, aunque a veces se le despacha por su apellido menos honroso: chucho, chito, canelo... además, «perru» cábele sólu al que vién de Mieres... y si tién botes.

Le dijeron a Sócrates el otro día que al perro fino del pastor, al perro «carea» de siempre (el que careando mantiene encarado al rebaño en su careo), quiere llamarlo ahora el lleounesismu parlanti «perru d’aqueda», ahivadiós, ¿será por cantar lo de «tenemus perru nuevu n’el molinu, que llámase Faralo y es divinu»?... supongo.

Y Sócrates concluyó: pijos rapaces, ¿atrévense a decir a los viejos pastores (que pastaron el habla de las brañas y de las dehesas doctorándose dos veces al año al cruzar Salamanca) cómo tienen que llamar ahora a su perro?... pues en hueso pinchan, dijo Octavio, que los pastores ni van a misa ni pisan la escuela... y mucho menos el aula donde el repelente nenu Vicente y los listines de la patria turriona dan clases de su lleonés-lleounés-llionés-leonés... castrapo castrocazurro.

Y llegados a este punto, he de recordar a Cándido, claro, pastor carea de Paulino, un extremeño vivaz que en el puerto de Sancenas me confesó una noche de chozo, coñac malo y fogata que él aprendió a leer en el culo de las ovejas... ¡¿?!... sí, ahí les estampan la letra del hierro de su hacienda o amo, ahí aprendió los garabatos del leído, su pizarra itinerante. Malamente veo yo a Cándido diciendo perru.

En estas, Octavito cambió el tercio y tiró por la risa: «Oi, Manín, ¿sabes que el mi gatu mató al tu perru?... no jodas, rapaz, ¿qué coños va a matar el tu gatu al mi perru si mi perru ye un pitbul, un perru-presa, un perru feroz?... ya, pero el gatu míu ye hidráulicu»... este chiste me evoca siempre a Manrique Pelines que, con Ramiro Sam, es mi ponferradino de honra... y es que en una comida en Castrillo de los Polvazares llegó a contarlo 20 veces, ¡20!, y no le matamos... también se libró del pilón porque era un 22 de diciembre.

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