Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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H ace unos años estuve recorriendo los pinares del Teleno. Fui feliz bajo los altos árboles, también observando cómo la masa forestal ascendía por las laderas del despoblado macizo montañoso que distribuye las aguas leonesas entre el Miño y el Duero. Pues bien, mientras caminaba por aquel paraíso de soledad, verdor y silencio, no pude evitar dos preguntas que me suelen asaltar cuando paseo por un bosque de España: ¿cuándo arderá todo esto, o buena parte? ¿Qué rayo de tormenta, qué imprudencia de vecino o qué maldad salvaje de pirómano liquidará el maravilloso patrimonio de todos?

Un año más tarde, un incendio espantoso destruyó gran parte del pinar del Teleno, su frondosidad excepcional. Por la altura de sus árboles, por su extensión y por la historia sentimental que fue atesorando durante casi cuarenta años de cuidados y frutos. Hasta que fue pasto de las llamas, ya no quiero recordar el motivo. Solo sé que ardió, tal y como me temía. Y lo mismo ha sucedido este verano en el Bierzo con los pinares de Vega de Espinareda: esa gran riqueza natural; ese gozo para los sentidos y la mente que ha sido apuñalado por el fuego.

Fue un crimen en toda regla. Porque los asesinos del monte vaciaron antes los depósitos de agua. Una vez más la acción malvada de una persona o de unas pocas, ha ensombrecido la vida de muchas personas. Ha destruido el paisaje, ha provocado pobreza y desolación; ha convocado a la melancolía y hasta el dolor. Una lástima, un sadismo. Que se repite cada año con mayor o menor voracidad. Y que casi siempre queda impune, por unas razones o por otras. Nadie va a la cárcel unos cuantos años por estos crímenes como bien se merecería. Tampoco es fácil concretar a los delincuentes ecológicos y probar sus hechos infames.

Estamos ante un suceso repetido y lúgubre ante el que, a la larga, solo hay una respuesta eficaz: la mejora de la educación y de la conciencia cívica. Mientras tanto, y siempre, quedan las herramientas físicas: la mejora de los dispositivos para hacer frente a los fuegos; la limpieza de los montes y otras inversiones y tareas. Tan imprescindibles como subsidiarias de la principal: el convencimiento ciudadano de que quemar un monte es un atentado contra la vida, contra la alegría, contra la armonía social.

Frente a todo este desastre el único consuelo es comprobar que la masa forestal aumenta cada año en el conjunto del estado. Que los crímenes ecológicos no logran, por fortuna, contrarrestar ese incremento. Uno atraviesa la península y constata que donde antaño predominaba el yermo ahora el paisaje es cada vez más verde. Es un alivio global, aritmético. Pero que no nos sirve de tanto a los leoneses. Porque el incendio de Vega lo lamentaremos muchos años, como también sucederá con el del Teleno. Y es que los árboles, ¡ay!, tardan mucho en crecer.

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