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Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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E l humor debería ser recetado por todos los médicos del mundo a la vista de sus excepcionales propiedades sanguíneas, cardiacas, epidérmicas, respiratorias y sociales (y diuréticas, de ahí lo de mearse de la risa), pero es también una herramienta diplomática sutil y humanísima, y de efectos insospechados —por lo saludable— cuando se despliega con talento. A veces puede más un buen chiste que un mar de voces vocingleras. Un apretón de manos, un guiño cómplice o una mueca expresiva cuando nadie los espera tienen el poder de detener el tiempo, de activar aletargadas conexiones internas —parecen decir ‘oye paisano, si los dos somos personas y no nos habíamos dado cuenta hasta ahora’— y, en fin, de romper esas malditas barreras invisibles que trazan, cuando la razón y la piedad duermen, la política, la lengua y la religión.

Pioneros en practicar el provechoso arte de reírse de sí mismos fueron los vascos a través de su televisión pública. Recordemos Los Sántxez , serie sobre una familia de emigrantes salmantinos —tenían dos hijos, uno era ertzaina y el otro abertzale— o aquellas desternillantes marionetas, los Batasunis . Una estupenda fragua de guionistas que labró luego Vaya Semanita (grandioso la canción Mamma Mia, me volví español ) y otras producciones, pero el talento era tanto que acabó desbordado y alcanzando la televisión estatal, el cine —con la película más vista de la historia en España—, libros, una reciente serie, el teatro...

Descojonarse de forma inteligente de lo que aparentemente es intocable supone uno de los mayores actos de lucidez humana que cabe imaginar. Y como este país «no tiene humor sino mala leche», que dice Fer, pedimos tan sólo un poco de ironía y empatía en estos tiempos de declaraciones glaciales y de vergonzosos intentos de navajazo mediático. Por eso espero ansioso el estreno de Ocho apellidos catalanes —aunque, seguramente, no por sus excelsas virtudes fílmicas— y, ¿por qué no?, de unos futuros Ocho apellidos españoles (¡o cazurros!).

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